Muy a menudo choco con la pared de lo incomprensible, me encuentro abrumado por la manera en que suceden las cosas a mi alrededor. ¿Te ha pasado? ¿Te has desmotivado porque, sencillamente, nada hace sentido?  Más aún, cuando creemos en un Dios que “tiene todo bajo control”, se nos hace difícil aceptar que pueda haber un buen propósito detrás de todo esto.

Algo así le sucedió a Jonás. Todos debemos recordar algo de la historia bíblica del hombre que fue tragado por un pez. Dios le pidió que fuera a Nínive y anunciara su destrucción. Jonás decidió no hacerlo, ¿lo culpas? ¿Te imaginas el panorama? Vamos a suponer que recibes un email, firmado por “Dios”, en el cual se te ordena que visites a San Juan, Puerto Rico, y que camines por la calle gritando: “¡San Juan, escúchame! ¡Préstenme atención, traigo un mensaje de Dios! ¡Dice que los destruirá muy pronto! Ok, gracias por su atención, disfruten el resto de la tarde…” ¿What?! ¿En serio? Señor, por favor…

Pues, naturalmente, Jonás fue al puerto y abordó un barco que viajaba en la dirección contraria. Por el camino, una gran tormenta atacó la embarcación. Así nos sucede, en medio de la confusión, nos montamos en barcos para huir, barcos llenos de desconocidos que nos llevan directo a las peores tormentas de nuestras vidas. Estas tormentas no sólo nos afectan a nosotros, sino también a todo el que nos rodee. Jonás aceptó responsabilidad por sus actos y le dijo a los que lo acompañaban que lo lanzaran al mar, sería la única forma de salvar sus vidas. Según la historia, Jonás fue tragado por un pez, y en su barriga, aprovechó el tiempo para reflexionar. Parece increíble, ¿no? Pero, ¿cuántas veces te has sentido así? ¿Cómo te sientes cuando estás pagando las consecuencias de no hacer lo correcto? ¿No se siente cómo un lugar sumamente incómodo? ¿Cómo salir?

Finalmente, Jonás decidió confiar y hacer lo que se le había dicho, y Dios le dio una segunda oportunidad. Para la sorpresa de Jonás, el pueblo de Nínive, al recibir la noticia, se arrepintió y provocó la misericordia de Dios. Al ver que Dios le permitió a la gente de Nínive vivir, Jonás cayó en una confusión mayor y le pidió al Señor que le quitara la vida. ¿La confusión deprime? Claro. Naturalmente, nos enfocamos en lo que vemos y oímos con nuestros sentidos físicos y se nos olvida que Dios es nuestro Padre Celestial, que opera en lo espiritual y con una sola misión: amarnos.

Dios no le quitó la vida a Jonás, al contrario, le mostró su gran amor por la humanidad. Gracias a la obediencia de Jonás, un pueblo entero fue librado de la destrucción. Tal vez Dios esté esperando que decidas salir de la barriga del pez y seas obediente, hagas lo correcto y vivas disfrutando de una conciencia limpia. A lo mejor las vidas de tus familiares, tus vecinos, tu pueblo, sean libradas de la muerte por tu actitud.

Por Héctor Alfredo Millán