Ayer, mientras me reunía con una clienta, me percaté de que me había espetado una espinita a mitad del dedo del corazón de mi mano derecha. No vi prudente atender el asunto en plena reunión y decidí ignorar, ya que realmente, era una espina pequeñísima. Salí de esa reunión y pasé a otra que me consumió hasta por la noche. Regresé a mi hogar, comí, me bañé y me acosté a dormir. Hoy despegué con una agenda cargada desde por la mañana y no fue hasta la 1pm que recordé la espina, y fue porque la rocé mientras conducía y la sentí.

Ya se podrán imaginar que de alguna manera voy a convertir este asunto de la espina en una comparación emocional. En el movimiento cotidiano, entramos en contacto con muchísimos elementos, algunos de los cuales logran dejar pequeñas marcas en nosotros. Amigos, compañeros de trabajo, familiares, parejas… todos tienen el potencial de provocar pequeñas heridas, ya que todos tenemos el poder de bendecir y de maldecir. Recientemente, hablaba de lo fácil que se le puede hacer al ser humano destruir la vida con sus labios, esto es muy real.

No, esta no es mi mano.

Les digo la verdad, no recuerdo dónde recogí la espina, sólo sé que entró y cavó profundo. De la misma manera, hay veces que ni sabemos qué nos provoca el coraje repentino o el dolor. ¿No estábamos pendientes? Hoy decidí atender la herida, ya comenzó a hincharse. Traté primero con los dedos, a exprimir con las uñas… nada que ver. Dije “necesito utensilios” y busqué pinzas, tijeritas para el cuidado de las manos y hasta corta uñas con la pulla para limpiarlas (por si acaso). Intenté con cada artículo… nada que ver. En ese momento pensé: “debo ir a un médico”. Pensé en el hospital, en la sala de espera, en el frío, en los bebés llorando, en personas tosiendo… “esto lo resuelvo yo”. Miré la herida, ya revuelta por mis intentos, y decidí operar. Fui a la cocina y saqué un cuchillo apto para noche de churrasco “medium well” (mmm…). Desde niño, me ha llamado la atención la cirugía. Desde que tenía diez años, me llamaban a mí para atender las heridas menores de mi familia (terminé estudiando contabilidad, ???). Luego, en la universidad, mis amigos me decían “el dóctor” (no voy a abundar sobre este tema). “Tendré que hacer una incisión”, pensé, y fui al fregadero, cuchillo en mano, listo para la masacre. No creo que tenga que describirles la escena (¿muy morboso?), pero sí les diré que susurraba las siguientes palabras: “más… profundo.”

No salió la espina, y ahora les escribo con un desastre en mi dedo que impide sentir ningún tipo de orgullo por las manos que heredé de mi padre. ¿Terquedad? Tal vez… pero jamás pensé que una simple espina de dos milímetros pudiera afectarme tanto (mano, ¡me duele!). Evidentemente, el propósito de mi vida no fue ser cirujano. Hay personas que sí se dedican a estos servicios, y son muy buenos. Para evitar empeorar las heridas, hay veces que tenemos que reconocer nuestra incapacidad. Hay veces que no sabemos lo que nos duele, ni porqué. Hay veces que sí sabemos, pero no cómo sanar. Hay veces que sabemos cómo sanar, pero no queremos. Es necesario reconocer que la herida que no se atiende, la que no se limpia, tiene grandes probabilidades de infectarse.

Yo, solito, no puedo sacar esta espina (me queda en una posición demasiado incómoda para atender con mis propias manos). Las heridas del corazón, en la mayoría de las ocasiones, requieren de manos ajenas, manos fácilmente accesibles a la herida y expertas en la sanación, que operen. No me sorprende ver a una persona ser confrontada con sus heridas en sus primeros encuentros con Dios. Sin que nadie se lo diga, el nuevo creyente comienza a expresar su necesidad de perdonar y de ser perdonado. Todos necesitamos sentir la libertad del perdón. Hay espinas que, atendidas por quien sabe, se sacan en un momentito y sanan con rapidez. Hay otras que requerirán de un trato más extenso. Creo en un Dios Todopoderoso, pero Dios no hará nada por ti que a ti te toque hacer. Él pone a tu alrededor herramientas útiles para llevara a cabo las tareas necesarias. Así como existen pinzas y cuchillos, también existen profesionales de salud mental, consejeros y  líderes espirituales que pueden dirigirte hacia un proceso saludable de sanidad interior y libertad.

Bueno, para mí, tal vez sea hora de visitar al médico.