Probablemente conozca a algún niño, posiblemente hasta algún adulto, que le tema a la oscuridad. Sé de personas que, teniendo ya veinte-pico, todavía tienen que dormir con alguna lamparita encendida cerca para sentir comodidad. Pero, ¿miedo a la luz? Aún he conocido persona que se niegue salir de día por temor a la claridad, pero sí conozco muchísimos que prefieren no estar bajo ningún tipo de enfoque cercano. ¿Has escuchado a alguien decir: “no me mires”?

Hubo una época de mi vida en la que tenía como apodo “Gárgola” y “Vampiro” (oh, qué tiempos…). ¿Qué tienen estos sustantivos en común? Son seres de las tinieblas. Lo extraño del caso es que, en aquél momento, para nada me molestaba que las personas más cercanas a mí me llamaran de esta manera. Había una aceptación de mi parte ante las condiciones que implicaban estos sobrenombres. Tal vez mi caso era uno extremo por las actividades de “dudosa reputación” que hacía mías, pero éstas me han permitido identificarme, en cuanto a características de personalidad y estado anímico, con muchos que carecen de buen auto estima.

  1. Inseguridad

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  2. Temor ante experiencias nuevas
  3. Falta de aspiraciones
  4. Desmotivación
  5. Cargo de conciencia

Hay un sinnúmero de elementos que pueden provocar o contribuir a este estado de ánimo: estilos de crianza, abuso psicológico y físico, adicciones, falta de dirección personal, fracasos, etc. Mucho de lo que nos rodea en este mundo tan imperfecto puede frustrarnos, pero la frustración no tiene que definir nuestra vida. Aceptación ante las condiciones del ayer es clave para lograr ser libres. En ocasiones, a mí me ayuda muchísimo repetir la frase: “a cada cual le toca su cruz”. A algunos les toca perder su hogar, a otros la adicción, algunos son víctimas de maltrato, otros batallan contra el cáncer o contra las consecuencias de sus propios actos. ¿Cómo se llama tu cruz? Llámese como se llame, tienes dos opciones: cargarla hasta palpar su propósito o no.

Recientemente, una gran amiga me hizo un cuento:

Había un joven que, a lo largo de su corta vida, había pasado por ciertas experiencias que lo tenían agobiado. El joven llama a Jesús, y le dice “Señor, mi cruz es muy pesada. Te pido que me la cambies”, a lo cual Jesús le responde “No hay problema hijo, ven conmigo y te mostraré una gran cantidad de cruces, de las cuales puedes escoger la que mejor te parezca”. Jesús lleva al joven a un cuarto gigante, lleno de cruces. El joven pasea por el cuarto, y toma su tiempo para examinar cada una individualmente. Toma en consideración su aspecto estético, la condición del madero, y por supuesto, su peso. Pasa un largo tiempo, y Jesús vuelve al cuarto para preguntarle “Bueno hijo, ¿qué has decidido?”. El joven lo mira, y con una mirada confusa le responde “Señor, creo que he decido. Quiero ésta.”. “Hijo, ésta es la que siempre has cargado”, le dice Jesús. “¿Cómo llegó aquí?”, le preguntó el joven. Jesús le responde “Este es el cuarto donde llegan todas las cruces de las personas que deciden que su carga es muy pesada. La tuya llegó aquí en el momento en que la soltaste. Este es el cuarto de los propósitos sin cumplir”.

No cargas tu cruz en vano. Hay muchos alrededor tuyo, que al verte cargándola, reciben aliento y la motivación suficiente para persistir y continuar. Mucho de lo que has vivido ha estado fuera de tus manos, no tenemos ni tendremos control de todas las cosas. De lo que sí tenemos control, nuestros hechos, palabras y actitudes, provoca resultados conforme a la energía que implementamos al vivir. No debemos escondernos de lo que marcó nuestro ayer. Al contrario, debemos confrontarlo para crecer.

“Todo el que odia la luz no se acerca a ella porque la luz muestra todo lo malo que ha hecho. Pero el que practica la verdad se acerca a la luz para que muestre que sus hechos se hicieron por obra de Dios” -Juan 3: 20-21

por Héctor Alfredo Millán