¿Has intentado acercarte a un desconocido? No me refiero a saludarlo en la calle, ni darle el menudo que tienes en el bolsillo, sino realmente acercarte. Fluir en una conversación, sentir la confianza de preguntarle por sus gustos; tal vez, aunque fuera en silencio, sólo pasar un tiempo junto. Es muy difícil acercarse a quien uno no conoce, más difícil aún si se trata de un invisible.

Nuestra perspectiva sobre lo desconocido influirá sobre nuestro interés en lo mismo. ¿Esto hace sentido? ¿Podemos tener una perspectiva sobre lo desconocido? Tengo una gran amiga que resiste, con cierta facilidad, probar comida por primera vez. ¿Te ha pasado? Cuando escuchas hablar de ancas de rana, ¿en qué piensas? No importa cuántas personas te digan que saben a pollo, es posible que todavía resistas ante probarlas. Creamos imágenes mentales de acuerdo a pasadas experiencias, opiniones de personas cercanas o personas que participaron en la formación de nuestro carácter. ¿Qué es una idea preconcebida? Significa que ha nacido en la mente sin examen. Por ende, es muy posible crear una perspectiva, una opinión, un punto de vista, sobre experiencias nunca antes vividas.

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Cuando se trata de Dios, caracterizado en parte por su invisibilidad, este proceso de verlo, de cierta forma, también es influenciado por lo que observamos de aquellos que lo “siguen”. Esto, a su vez, es un poco lamentable, dado que los que lo seguimos somos igual de humanos que aquellos que miran a una distancia. Para poder tener una perspectiva clara de Dios, es necesario probarlo. Esto me recuerda la parábola de los talentos (Mateo 25: 14-30), por medio de la cual Jesús cuenta la historia de un hombre, que yéndose lejos, le entrega sus bienes a sus siervos. Me llama la atención el siervo que recibió un solo talento. Mientras sus compañeros, que recibieron más monedas, las invirtieron y multiplicaron, él enterró su única moneda en la tierra. Cuando regresa el amo y les pregunta a los tres siervos por sus talentos, reconoce la fidelidad de los dos que multiplicaron sus bienes. Al preguntarle al que lo enterró, éste le contesta: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. Su señor lo reprende, le dice que fue negligente, ya que su perspectiva limitó su desarrollo y producción. Un hombre que siega donde no siembra y recoge donde no esparce es un hombre que desea probar el fruto de todo lo que da, es un hombre que aprovecha y disfruta la producción de lo que produce. Sin embargo, el siervo vio estas cualidades como las de un hombre ambicioso y duro, y tuvo miedo.

El miedo nos detiene el paso ante probar y aprovechar las bendiciones desconocidas. Así como el ceviche puede resultar saber exquisito, las ancas de rana pueden saber hasta mejor que el pollo, Dios puede resultar ser un Padre amoroso que espera que sólo mires lo que se te ha dado y lo desarrolles en libertad, hasta poder palpar y disfrutar del fruto del esfuerzo de tus manos.

por Héctor Alfredo Millán