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Un vecino que le pega a su perro, mientras se ahoga en sus carcajadas. Una madre que cruzando la calle en pleno público grita humillaciones a su hijo de 4 años. Un adolescente armado en el punto, capaz y dispuesto a materializar un sueño de venganza. ¿Seremos verdaderamente hijos de Dios? ¿Nosotros, los seres humanos, seres agresivos, fuentes de trifulca?

Somos espectadores continuos de la producción humana, el ramillete de diversos colores que compone nuestras obras. Es lamentable que en tantas de las tandas de este cine natural se presenten películas tan oscuras. Abundan las escenas violentas, a menudo de terror y tristeza. Sin embargo, compartiendo el mismo escenario, sobreabundan las historias en las cuales el héroe gana su batalla, las clases graduandas disfrutan sus fiestas de graduación y el chico besa a la chica al final de la noche luego de una trama cómicamente romántica.

Vivimos escenas, todos protagonistas y directores actuando nuestros roles ante un público igualmente estelar. Cada cual, amplificando sus voces hoy con altoparlantes desde sus tarimas construidas sobre redes sociales y blogs, reajustando sus prioridades: posponiendo los MPG’s del Honda nuevo por los M’s y G’s del ultimo Samsung. Conectados, aportando nuestros propios materiales, extendiendo el escenario, construyendo puentes que cruzan los mares y nos permiten dialogar. Pero, ¿todos los materiales aportados son prosociales? ¿Corremos todos en el combustible del altruismo? Ciertamente, no. No todo el tiempo. Las noticias nos informan que, tal vez, casi nunca. Pero en sólo una pizca de las veces…

Capturo ahora tu capacidad cognitiva mediante consecutivas contradicciones que confrontarán tus esquemas:

  • Un perro dorado con la lengua por fuera corre por la grama detrás de una bola roja lanzada por su amo.
  • Una madre solloza, tapándose la boca, sentada en un templo mientras presencia el cierre de un retiro de jóvenes en el cual su hijo da testimonio de cómo las heridas de su corazón fueron sanadas.
  • Un adolescente regresa a su hogar, abraza a su madre y llama a su consejero para preguntarle qué hacer con el arma que carga. Ya no la quiere. El mismo niño humillado que cargó con las frustraciones de sus padres desde que era sólo un bebé, decide por luz.

Repetidas veces durante cada día nos vemos ante oportunidades de cambiar la atmosfera de nuestras escenas. ¿Qué decidimos, oscurecerlas más o brindarles claridad? Más de las veces que quisiera aceptar, mi fe es probada y caigo en la tentación de decepcionarme ante mi entorno. Pero llega el momento en mi día en el que mi esposa fija su mirada en la mía y me dice “tú eres mi amor”. Me quita el frío.

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Mientras estés en medio de la situación, de cada situación, en pleno proceso decisorio, pregúntate por el precio de la luz: ¿Cuánto pago por pararme ante el sol? Es gratis. ¿Qué precio tiene tu luz? ¿Cuánto te cuesta mostrar afecto? ¿Cuánto te cuesta agradecer? ¿Cuánto te cuesta dar paso? ¿Apoyar? Aparente y desafortunadamente, la condición humana le asigna a todo esto un valor. Dicho valor no se mide en monedas o billetes, se mide en unidades de orgullo. ¿Cuánto de tu orgullo estás dispuest@ a ceder para convertir tu escena en una mágica?  Consúltalo con los productores de la película de tu vida. Calculen el costo de producción. Verán todo lo que podrán hacer con sólo una pizca…

por Héctor Alfredo Millán