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Apago la luz de mi habitación y me arrodillo frente a mi cama. En medio de la oscuridad, una mezcla de temor, adrenalina y duda es inyectada en mi sangre justo antes de pronunciar mis primeras palabras al silencio. Es aquí donde la fe es puesta a prueba. Pero “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Así que creyendo que le hay y que me escucha, le agradezco, me desahogo, hasta lloro. Cuando menos sentido me hace la vida, regreso a la misma interrogante, la incógnita de las incógnitas: “¿Qué quieres de mí, Dios? ¿Qué te puedo dar yo? Tú, que eres tan grande, ¿esperarás algo de mí?”

Por temporadas, me he esforzado por encontrar cómo complacer a Dios y cómo darle más en un intento por agradarle. Me han movido varios motivos en dichos esfuerzos. En mis primeras búsquedas, pedí libertad. Desde entonces, le he pedido que me hable más, que me dirija, que me bendiga, que acelere los tiempos de espera, que me prospere, que cuide de mí y de mi familia, que engrandezca el ministerio de mis pastores, que me haga justicia, que mejore la economía de mi país, entre muchas otras peticiones que se nos ocurren y nos mueven a buscar de Dios. Porque muy lamentablemente, a menudo estamos mas pendientes a Sus manos, en vez de a Su rostro o Su mirada. Queremos ver lo que Dios puede hacer por nosotros en vez de querer que Dios habite con nosotros, que sea parte integral de nuestras vidas, que nos permita sentir Su presencia y su aprobación en nuestras decisiones, que nos deje ver Su santidad.

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Desde mis primeros estudios bíblicos, descubrí mi identidad en Dios. En Génesis 1:26 encontré que fui hecho a imagen y semejanza de Él y en el Salmo 2:7 leí cómo Dios me ama porque soy su hijo, por cuanto renací al entregarle mi corazón. Descubrí que a imagen y semejanza de Dios, también poseo en mis manos la capacidad de crear. Así que me puse a crear, a hacer obras con la intención de agradarle. Mis mejores esfuerzos fueron como intentar subir un peñón de seis pies por un monte de cincuenta. Es tan poco lo que podemos hacer para impresionar a Dios, y nuestra opinión sobre lo que “impresiona” está tan lejos de la opinión santa de Dios. Peor aun, tras comenzar a andar el camino de la creatividad, me topé con mis obras. Observé mis propias creaciones y me enorgullecieron. “Mira lo que hice”, pensé en asombro muy dentro de mí. Fue aquí donde me sentí en confianza de volver a tomar decisiones a mi manera. Algunas de esas decisiones me alejaron de la luz, de la santidad de Dios. Escondido entre un poco de sombras, me atreví a hacer cosas que tuvieron repercusiones dañinas en mí y en personas cercanas.

Aprendí que esto no es una nueva moda del siglo 21, el Apóstol Pablo lo describió hace casi 2,000 años atrás en su carta a los romanos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible…” (Romanos 1:21-23). Dice que los razonamientos del hombre lo envanecieron hasta el punto en que cambiaron lo incorruptible de Dios, su gloria y su santidad, por lo corruptible del hombre. ¡Y qué mucha corrupción posee el hombre! Somos capaces de atrocidades… La razón por la cual el hombre cae en tanta maldad se explica en el versículo que sigue, Romanos 1:24 dice: “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos…”, y continúa en el versículo 26: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros….”. Por cuanto “no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia…” (Romanos 1:28-31).

A lo que podemos llegar por enorgullecernos en nuestras propias creaciones y opiniones… Si te fijas, el pasaje repite la frase “Dios los entregó” tres veces entre los versículos 24 al 28. ¿Qué tu sientes cuando entregas una película al Red Box? Probablemente, ya la viste y se te acaba el tiempo que pagaste. Antes de entregarla, puedes pensar: “ya no tengo más uso con ella”. Debe ser frustrante para Dios tener que llegar a esa conclusión con nosotros, al nivel de entregarnos en nuestro error porque no encuentra cómo más tratar con nosotros.

“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana, grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23). Gracias Señor por todas las oportunidades que nos das para regresar.

Miqueas 5: 13 dice: “Y haré destruir tus esculturas y tus imágenes de en medio de ti, y nunca más te inclinaras a la obra de tus manos”. ¿Cómo hacer entonces? ¿Qué pide Dios? ¿De qué forma vivir para poder estar bien, sin alejarnos de lo bueno? Vi la contestación a esta pregunta en Miqueas 6:8, que dice: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Todo esto nos lleva a mirar a quienes nos rodean con amor, que tengamos compasión de ellos y actuemos en base a dicho amor y compasión. En cuanto a nuestras peticiones más personales, las necesidades que gritan desde nuestro interior, también hay un pasaje que carga en sí una gran promesa: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33). Buscar el reino de Dios es procurar que Él reine en tu vida, que guíe tus decisiones. Decidir hacer justicia y amar misericordia requerirá mantenerte humillado ante Dios, porque en muchísimas ocasiones, nuestro egoísmo dirige nuestros deseos hacia lo contrario. Es por esto que hacer lo que pide Dios requiere oración, entrega, leer y aprender tanto de Su palabra; requiere devoción. Andando el camino de la devoción, se establece una relación entre Padre e hijo donde se manifiesta el cuidado, amor y bendición que solo el Padre Celestial puede dar y enseñar. Dentro de poco, además de sentirte como hijo, Sus procesos te preparan para poder ser útil en Sus manos. Te conviertes en Sus manos aquí en la tierra.