Hace muy poco tiempo me gradué de bachillerato y entre ese tiempo muchas de mis compañeras de clase quedaron embarazadas y se vieron en la forzosa obligación de casarse. De ahí en adelante cada vez que veía que alguien tan joven como yo decidía casarse me imaginaba que algún bebe venia en camino. Solo dos casos de todos los que pude contemplar me dejaron perpleja. Jóvenes, como yo, decidían casarse sin esperar un bebé, sin tener ninguna presión en sus hogares, estudiando, con trabajos de medio tiempo, etc.

¿Por qué se casaban? Si el matrimonio siempre me pareció una locura y la realidad es que mi teoría no surgió de la nada. Surgió de años escuchando a mujeres haciendo chistes medios serios de cómo eran sus esposos, de cómo un@ debía aprovechar la juventud y sobre todo la soltería, de las manías insoportables de sus maridos, de la falta de libertad…

Nunca he sido fiel creyente del amor ni de las historias que solo son deseos mezclados con medias verdades de un periodo de la vida que se llama enamoramiento y que aparentemente solo se vive en la juventud. Creo que nunca llegue a escribir una carta de amor ni a enviar corazones o a dedicar canciones; nada. Ni siquiera se componer poemas, ni rimas que encierren acertijos del corazón, nunca llore por un desamor, ni perdí el sueno, ni deje de comer por alguien ni nada. No fui amante de las flores ni recibí muchísimos chocolates, no me emocionaban los poemas, ni los regalos, ni los gestos de amor, ni nada… Muchísimo menos creí en la falacia de un príncipe azul, alguien que te libera de tu condena y que te encuentra hermosa y hermoso todo lo que haces. Un caballero que te trate como una princesa y que esté dispuesto a dar su vida por la mía… hasta que llegó el día.

Mi caballero de armadura resplandeciente había aparecido, no sé cómo, no sé de dónde, esto como que no estaba en el libreto. Tan bien que me encontraba yo, tan libre, tan tranquila… tan sola. Había construido una vida perfecta, me sentía realizada, estaba convencida de que podía seguir mi vida tal cual.

Los primeros acercamientos del marchante fueron rechazados por completo. ¿A caso necesitaba yo que alguien me salvara? De ninguna manera. Algún tiempo después decidimos públicamente tener una relación de noviazgo que solo duró cuatro meses hasta que me comprometió de la forma que más había anhelado, pero que no había verbalizado jamás, menos con él. Cinco meses más tarde lo que tanto había temido… la boda.

Era tan poco posible en mi mente esto del matrimonio que en plena ceremonia yo no podía reaccionar a lo que estaba sucediendo, mucho menos cuando se nos pido que expresaramos algunas palabras. El, utilizo las mejores rimas para expresar todo su amor al punto de sacar lágrimas de los ojos de los invitados sin ningún esfuerzo. Era una composición magistral donde la luna se había convertido en versos y el sentimiento había cobrado vida… vida que se me fue cuando me toco la parte a mí y aun estaba perpleja con tal derroche de promesas y de hermosura. Como ya había explicado no tiendo a utilizar un discurso cursi dentro de mi expresión, así que expuse  de alguna manera común mis expectativas y mi compromiso con el nuevo ser que formaría parte de mi vida. Que tendría que verme despeinada, dormir conmigo, ver mis días malos, en fin: tendría acceso a todo lo que nadie había tenido jamás.

Fue en ese momento donde descubrí la locura del tan mencionado matrimonio. La locura comienza al despertar, levantarse sonriendo oliendo ese aroma natural a ternura que tan bien asimilan tus sentidos, acompañándolo posterior mente una sonrisa que dice que maravilloso despertar y que seas tú lo primero que mis ojos ven. Y es aquí donde veo la perfección de todo, en un momento donde las palabras lo arruinarían todo, los gestos se encargan de decir lo que falta. El día prosigue de manera excelente, feliz porque sé que el estar contigo no se acabara, anhelando el momento de acostarse a dormir sin sueño, donde surgen las mejores conversaciones, las más puras y las más limpias. Ver que vamos hacia el mismo lugar en la vida, pero ahora tu cuidando de mí y yo de ti. Saber que todo tiene solución, esperar a que surja un nuevo día para vivir esta aventura de nuevo… contigo.