563761_10151590062300299_602844451_nVarias personas me han preguntado recientemente cómo yo encontré a Dios. Mayormente son personas que me conocen desde que era solo un niño, me vieron crecer y saben que yo no era cristiano. Ni mis padres tampoco, así que no me crie en ese tipo de ambiente. No los culpo por su sorpresa ante verme ahora así, debe ser impactante. Yo era lo opuesto a un siervo de Cristo 🙂

Para poderte contar cómo “encontré a Dios”, te tengo que contar varios datos muy personales del tiempo en que ocurrió. Pasemos a una historia real:

Yo no encontré a Dios

Comencemos por aquí: yo no lo encontré a Él, porque no lo andaba buscando. El me andaba buscando a mí, yo solo me dejé encontrar.

Tuve una juventud muy activa en asuntos muy seculares. Nada espiritual. De niño, mis padres me tenían que OBLIGAR  a acompañarlos a la iglesia católica (las 2 veces al año que iban). No entendía las misas, así que las detestaba. Aun así, lograron que llevara a cabo todos los sacramentos hasta la confirmación.

Abundaba mucha droga en el ambiente donde me crié, igual que en la gran mayoría de los ambientes donde se crían los adolescentes. Y no hablo de ambientes de escasos recursos, porque mi papá siempre tuvo su buen trabajo en corporaciones de manufactura. Comencé a experimentar con sustancias en la escuela intermedia. Ya en la superior, las había probado casi todas y las vendía.

Me encantaba la música. Tocaba bajo eléctrico y guitarra acústica desde los 12. Me pasaba horas encerrado en mi cuarto practicando. Desde los 15 años tocaba en bandas de reggae, rock y ska. Mucha música, salidas, risas, amanecidas, más risas, peleas con mis padres por las salidas y las amanecidas, más salidas, mas risas; más peleas con mis padres, pero ahora por las drogas que encontraban en mi cuarto.

A pesar de todo, me gradué con calificaciones suficientes como para que me aceptaran en la Universidad de Puerto Rico en Mayaguez (de donde no me pude graduar, para mi gran frustración . Tenía una novia, por la cual me desvivía. Así comencé mis estudios universitarios: locamente enamorado de mi novia, de la música y de mis salidas, pero totalmente desorientado en cuanto a lo que se suponía que estuviera haciendo en el colegio: estudiar.

El descontrol que produjeron mis ataduras me llevaron a lentamente descuidarlo todo. Durante ese primer año de universidad, lo perdí todo: la novia (por descuidar mi vida y carecer de aspiraciones), la banda (por estar más pendiente a la escena que a la música), la confianza de mis padres (por razones obvias), y la universidad (me suspendieron por “falta de aprovechamiento académico”). En ese entonces, tenía 19.

Desde el momento en que me dejó la novia, pasaron alrededor de 6 meses en lo que me arrestaron.

Sí, me arrestaron

Había vuelto a vender, y de qué manera. Quería diversificar la variedad de productos y maximizar ganancias, pero estaba muy descuidado ya por estar sumergido en la adicción.

El arresto fue todo un espectáculo con cierre de calles principales del casco urbano de mi pueblo, donde yo acostumbraba vender. División de Operaciones Especiales, perros K-9, alrededor de 30 policías. ¿Todo esto para mí? No lo podía entender.

Honestamente, le doy gracias a Dios por el arresto. Tal vez no había otra forma de contestar las peticiones de mi mamá. Mis padres habían tratado de ayudarme de todas las formas que conocían. Creo que si no hubiera sido por el arresto, puede que no estuviera vivo. Ya llevaba 2 sobredosis (una de ellas me ocurrió mientras conducía por la autopista).

Luchamos en la corte para que no tuviera que cumplir sentencia de cárcel, y pude comenzar una probatoria muy cómoda. Podía permanecer en la libre comunidad, viviendo con mis padres, regresando a la universidad y haciendo mi mejor esfuerzo. 6 meses después, ya estaba internado en un programa de rehabilitación “cuasi-militar” por amenazas de mi oficial de probatoria de encerrarme por varios años.

Mi mejor esfuerzo no fue ni cerca de suficiente. En el programa me limpie en los primeros meses, pero asimilé la dinámica muy rápidamente. Se mueve droga adentro, igual que afuera. Quizá peor. Podría  echarle la culpa a la depresión en la que caí ante la pérdida de libertad, la cuestión es que tuve muchas recaídas.

Como quiera, en medio de la aflicción y el desespero, identifiqué un grupo de hombres que invertían su tiempo de recreación en actividades muy peculiares: leían la Biblia, la discutían y oraban. Pude ver que había una actitud bien diferente en ellos ante la amargura de todo el proceso. Se veían en paz. Yo anhelaba esa paz, así que comencé a acercarme a ellos. Los acompañaba en sus lecturas y en sus oraciones, y les preguntaba acerca de su fe. Ellos me contestaban con tal convicción… y me contestaban con sus propias preguntas también, acerca de mi curiosidad. Me ayudaron a ver que esa curiosidad que yo tenía, no era otra cosa que mi espíritu tratando de conectarse al Espíritu de Dios. Algo se me inquietaba por dentro ante la oportunidad.

Fue en ese grupo de 4 ó 5 presos que mi alma recibió libertad. Por lo menos, di mis primeros pasos hacia la libertad y plenitud de Dios. Confesé entre ellos que creo en Dios, en que envió a su hijo a morir por mis pecados en la cruz, y que Jesús resucitó entre los muertos por mi salvación. Pero ahí no fue donde tuve mi encuentro con Dios, ahí comenzó mi prueba de fe.