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Perseverar hacia una meta comienza con una determinación. Sea que estés tratando de alcanzar un grado académico, lograr una promoción, permanecer firme en la fe, restaurar alguna relación o dominar una condición, la decisión de ir en pos de tu meta es solo el comienzo. El acto de perseverar ocurre en el camino, mientras confrontas la resistencia que seguramente aparecerá de lugares tanto esperados como inesperados.  No permitas que la resistencia amargue tu corazón. Mientras perseveras, vences.  

Habrá oposición. Tal vez te intimide el costo, tanto económico como emocional, de continuar. Tal vez, de las personas que menos lo hubieras imaginado, comienzas a recibir críticas dañinas respecto a tu forma de manejar el asunto. En ocasiones, podría parecer como si el mundo entero conspirara en tu contra.

La forma en que visualices la resistencia, tu actitud o postura ante la misma, determinará el grado de dificultad de la perseverancia. Identifiquemos la resistencia, por nombre, para poderla manejar. Todos los obstáculos se pueden clasificar entre dos categorías: internos y externos.

Los obstáculos internos son aquellos que requieren que confrontemos aspectos de nuestro propio carácter, los elementos de mi ser que detienen mi progreso. Estos podrían ser el orgullo, la arrogancia, el sentido de prepotencia que nos impide solicitar la ayuda que necesitamos, la timidez, la cobardía, la impulsividad, la volatilidad, la indecisión o la falta de carácter. Este tipo de obstrucción exige introspección para poder alcanzar la resolución necesaria que te permitirá continuar. En muchas ocasiones, remover lo que estorba el paso hacia lo que deseamos involucrará que destapemos recuerdos que no queremos revivir. Si se trata de una dificultad para pedir la ayuda o los recursos imprescindibles, la cualidad interna podría ser orgullo, prepotencia, timidez o la falta de carácter propio (integridad y firmeza en ideales). Para poder vencer la mayoría de los estorbos internos, la solución estriba en la combinación de dos partes: 1- la evaluación de las experiencias que dieron lugar a sentimientos de suma o poca capacidad, como tal vez el ejemplo de un padre autoritario o una madre soltera, herida y con el ímpetu de una todopoderosa; y 2- educación y práctica de la conducta contraria. La conquista se podría encontrar en el perdón. Habrá que confrontar las heridas del ayer, no para permanecer en esas experiencias, sino para llegar a la paz en cuanto a ellas. Algunas requerirán la confrontación de personas involucradas, en otras ocasiones esto será imposible y la resolución descansará solamente sobre la aceptación personal de la experiencia tal como fue, y el encuentro de las herramientas que dicha experiencia te brindó. La asistencia de un profesional de la salud mental podría ser indispensable en algunos casos.

¿Es personal?

Los obstáculos externos son aquellos que requieren resolución con otras personas para poder continuar. Por lo general, nuestros conflictos externos también nos provocan luchas internas (y viceversa). Una interacción o relación se torna conflictiva cuando nos sentimos atacados o heridos. Una parte amenaza cierta seguridad en la otra. Si te lanzas sobre el pensamiento de que se trata de un ataque personal contra ti, disminuirás las posibilidades de ayuda y solución. En vez, trata de imaginarte el proceso mental de la otra persona. ¿Qué podría estar pasando por su mente que la hace actuar contigo de esa forma? ¿Qué conoces de esa persona? ¿Qué podrías representar para él/ella? Tal vez representas las oportunidades que esa persona nunca tuvo, o la valentía que nunca tuvo, o los talentos que quiere tener. Realizar un análisis con empatía, en vez de egoísmo, siempre conducirá a la compasión. ¿Cómo descifrar entre pensamientos egoístas y empáticos? Reaccionamos egoístamente cuando nos enfocamos en lo que sentimos: “no quiero”. Reaccionamos con empatía cuando hacemos el esfuerzo de imaginarnos lo que la otra persona podría estar pasando.

O a lo mejor es al revés. Puede que estés chocando con una persona y sin haberte dado cuenta, eres tú quien la provocas. De las cualidades que identificas en esa persona, ¿cuáles son las más significativas y qué representan para ti? Puede que la interacción misma con esa persona provoque sentimientos de frustración o envidia. Al iluminar sobre esos sentimientos o motivos, la misma luz también brilla sobre el camino hacia alternativas de manejo nunca antes vistas, pues los sentimientos se habían recluido en lugares oscuros de tu interior.

Las relaciones dependientes detienen el progreso individual, tanto para quien se desborda por cuidar como para quien recibe el mayor cuidado. La parte que se ocupa más de atender las necesidades del otro, en algún momento (o en muchos momentos), descuida las suyas. Quien se recuesta de otros para resolver sus asuntos nunca los aprende a manejar por sí mismo/a. Esto también se convierte en resistencia contra el desarrollo individual.

¿Qué protege tu fe?

Conflictos internos y externos tienen el potencial de afectar nuestra fe, pues podemos tender a echarle la culpa a Dios por las cosas que nos suceden. Acompañamos sentimientos con los recuerdos que albergamos de todo lo que nos sucede, y son muy influyentes sobre la conducta, toma de decisiones y desempeño general en la vida.  Proverbios 4:23 resume el concepto muy bien:

“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;
Porque de él mana la vida.”

Analicemos el proverbio para extraer de él la sabiduría. La postulación es que debemos guardar o proteger el corazón (otras versiones dicen “la mente” en vez de “el corazón”), porque de ahí mana la vida. Cuando hablamos de lo que tenemos en el corazón, por lo general nos referimos a la profundidad del alma. Tendemos a diferenciar entre la mente y el corazón, racionalizando que los pensamientos provienen del cerebro y los sentimientos del pecho. Es natural, ya que muchísimas emociones se perciben mediante aumentos en el ritmo respiratorio y cardiaco. Pero, ¿pensamos antes de sentir o sentimos antes de pensar? La relación entre ambos procesos es intrínseca.

Partiendo de ahí, reconocemos que guardar el corazón se refiere a proteger tanto nuestros sentimientos como los pensamientos que los refuerzan, ya que todos estos sirven como la represa que desemboca en la fuente de nuestros actos. Perseverar en la fe implica la adquisición de conocimientos espirituales mediante el estudio bíblico, la oración, la adoración, el pastoreo y la congregación, simultáneamente con la experiencia cotidiana de vida, con todos sus respectivos procesos amenos y difíciles. La combinación de ambas condiciones podría a menudo crear una dicotomía mental, ya que el ocasional abrumo de los retos que confrontamos podría percibirse como contradictorio ante los ricos frutos del contacto con Dios. Cada encuentro espiritual genuino hace sentir el cuidado y la corrección de un Padre Perfecto, el amor del Hijo que dio su vida en sacrificio y el Espíritu Consolador que fue desatado en el proceso. Tal “perfección” inspira una seguridad que es amenazada al chocar con problemas como la enfermedad, la pérdida de seres queridos, el cambio en situación económica, el adulterio o la adicción.

Mentalidad de hijo de Dios

Como creyentes, podemos descansar en que al entregar el corazón a Cristo, pasamos de ser criaturas de Dios a hijos. ¿Hijos de quién? Hijos del Padre. ¿Cuál padre? El Padre de los Cielos. Y si hijos, también herederos de los bienes del Padre (Romanos 8:17).

Internaliza este concepto, toma tu tiempo. Al comprenderlo, encontrarás paz al descansar sobre el hecho de que como hijo del Rey del Reino de los Cielos, dicho poder también te corresponde. Y así como todo se sujeta al Creador, no hay nada que realmente te pueda amenazar ni atemorizar, pues El te defiende. Observa la actitud de Jesús a la hora de confrontar a Judas cuando le había de traicionar.

“Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote, el hijo de Simón. Y tras el bocado Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo pronto.” –Juan 13:26-27 (énfasis del autor)

Hasta los ataques del diablo son primeramente aprobados por Dios e impulsados para acelerar el propósito de tu vida. Entender esto debe formar una actitud de apertura ante los procesos, por más insoportables que pudieran parecer, porque el proceso abre paso al propósito y su respectiva bendición.