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En tiempos difíciles, si procuramos Su revelación, Dios no tan sólo puede mostrarse ante nosotros, sino también puede provocar a que otros vean y crean a través de nuestras experiencias. Durante el proceso, nos podemos afirmar en la Palabra que ha marcado la historia:

Aproximadamente 600 años antes de Cristo (cabe resaltar que Jesús partió la historia del mundo en dos), un hombre llamado Nabucodonosor reinaba el imperio babilónico. Este rey mandó a buscar a cuatro jóvenes de la familia del rey de Israel para que fueran educados en el lenguaje y la cultura de Babilonia por tres años; luego de los cuales, servirían en su corte (Daniel: 1). Durante el segundo año en el que Nabucodonosor fue rey, tuvo sueños perturbadores. Convocó a todos sus hechiceros, adivinos, magos y sabios para que se lo interpretasen. Rehusó contárselos, les pidió que alguno de ellos se lo contara a él primero como confirmación de que podía confiar en su interpretación. Ninguno pudo, y le dijeron que sólo los dioses podían dar ese tipo de revelación. El rey, en su coraje y frustración, emitió una orden para que todos los adivinos fueran ejecutados. Daniel, uno de los jóvenes de la familia de Israel que había sido llevado a Babilonia, al enterarse de esta orden, oró a Dios para que le fuera revelado este secreto. Al recibir la revelación, agradeció y alabó a Dios y buscó al funcionario del rey encargado de ejecutar a los adivinos. Le contó lo sucedido y fue llevado delante de la presencia del rey.

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Daniel le dijo al rey que luego de orar a Dios, había visto su sueño en una visión. Le contó que había visto una estatua que causaba terror. La cabeza de la estatua era de oro, los hombros y los brazos eran de plata, el vientre y los muslos eran de bronce, las piernas eran de hierro y los pies eran en parte de hierro y en parte de barro. Vio que una roca se desprendió, sin que nadie la moviera, y golpeó a la estatua en sus pies. En seguida, todo el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro se despedazaron. Luego le dijo el significado del sueño: La cabeza de oro representaba el reino de Babilonia, por su poder y riquezas. Luego vendría otro reino, pero éste no sería tan importante como el de él. Luego vendría un tercer reino de bronce que gobernaría sobre toda la tierra. Dijo que después habría un cuarto reino que sería tan fuerte como el hierro. Le dijo que los pies eran en parte de hierro y en parte de barro porque este cuarto reino estaría dividido. Le dijo que para ese tiempo Dios crearía un reino eterno que destruiría todos los reinos anteriores.

Relata la escritura, en el segundo capítulo del libro de Daniel, que el rey Nabucodonosor, luego de escuchar la revelación, se arrodilló ante Daniel y lo alabó diciendo: “En realidad tu Dios es el más importante y poderoso. Es el Señor de todos los reyes y el que revela los secretos. Él fue quien hizo posible que me revelaras a mí este secreto” (Daniel 2: 47, versión La Palabra de Dios para Todos).

Hamaquea mis sesos reconocer que luego del reino de Babilonia, vino el de Persa, luego el Griego, y finalmente el Romano. Me da escalofríos ver la Roca que impactó el imperio Romano, y cómo Jesús provocó precisamente una división tan marcada entre el pueblo que llevó a la destrucción de todo lo establecido por ese y todos los reinos anteriores.

¿Qué necesitas saber para creer? ¿Qué necesitas ver? Me sorprende cómo, a lo largo de nuestras vidas, aprendamos sobre las verdades del pasado, presenciemos actos tan maravillosos como el sostenimiento de los planetas y las estrellas, los colores de un atardecer, el potencial transportador de la música, el suplemento de alimento en tiempos de desespero, la multiplicación de los frutos en el campo, el sometimiento y el apego de mascotas, sanidades inexplicables de enfermedades, los sentimientos que surgen al enamorarse y el nacimiento de un bebé, y como quiera podamos dudar de un poder supremo. Damos tanto por sentado…

Daniel fue un hombre que llevaba una vida de relación estrecha con Dios, esa es la clave para que Dios te muestre Sus secretos.

por Héctor Alfredo Millán