Nunca he sido de aceptar un sí porque sí, ni un no porque no; así que a la hora de asimilar el término fornicación, entré en un análisis un poco agobiante. Tuve que profundizar en el fundamento, pues no me conformo con la imagen de un hombre con barba y toga blanca con el dedo índice extendido hacia mí, con las palabras “Es que a Papá Dios no le gusta” en la parte inferior. Creo que Papá Dios piensa un poco mejor las cosas antes de establecerlas.
Entiendo el poder del vínculo que nace entre dos seres humanos al conectarse a través de la relación sexual. Entiendo a lo que se refiere la Palabra cuando dice “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Entiendo que cuando no hay un compromiso matrimonial, tal vínculo, que provoca cierto sentido propietario entre la pareja, puede producir complicaciones emocionales adicionales a la hora de un rompimiento (sí, hay una probabilidad de que tu noviazgo no dure la vida entera) y aun a través del transcurso de la relación (riesgo de embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, etc.). Al final de mi análisis, expresé lo siguiente muy dentro de mí: “Todo esto me hace mucho sentido, pero yo no podré soportar tal sentencia”. Me abrumó tanto que decidí hacer lo que pudiera, trataría de no buscar relaciones “permisivas”, pero me preparé psicológicamente para no tener la fuerza de voluntad necesaria para resistir ante dicha oportunidad. Le envié un email a Dios pidiéndole perdón por adelantado.
Esta decisión me costó ciertos malos ratos a través de su ejecución. Confundí muchas veces los términos “necesito” con “quiero”, sentí cargas por compromisos, escuché reclamos de parejas, llegué a escuchar la famosa expresión “me utilizaste”, también fui ilusionado y utilizado, y renuncié a mi deseo de servir en la iglesia porque sabía que vivía en cierto desorden. Me gusta comparar el sexo con las drogas: es tan fácil perder el control. Observando casos de adicción, en muchas ocasiones no son los adictos los más que sufren, sino sus seres queridos. De la misma forma, poco pensamos en el bienestar a largo plazo de nuestras parejas a la hora en que sube la temperatura. En el calor del momento, se nos ocurren pocas preguntas como “¿qué esperará él/ella de mí mañana?”. No hay que ser cristiano para ver que cuando dos personas se unen en el coito, ambos cuerpos se conectan para formar “una sola carne”. Tal conexión toca áreas mucho más profundas que la piel. ¿Recuerdas tu último golpe? Tal vez te caíste de la bicicleta, a lo mejor te resbalaste o estuviste en un accidente automovilístico. ¿Duele el rompimiento de la carne? Piel desgarrada y sangre manchando ropa; me da escalofríos de solo pensarlo. Algo similar puede ocurrir emocionalmente cuando una pareja rompe luego de haber compartido esta intimidad. Aunque seamos expertos disimuladores y mostremos corazones de piedra, hay una gran probabilidad de que por lo menos uno de los dos sufra (sino ambos).
Pudiera parecer paradójico que luego de todo este análisis, uno pudiera estar dispuesto a perseverar en actitudes sexualmente permisivas. “La carne es débil” es el refrán más popular ante estos temas, los medios afloran la libertad del Siglo 21 y la norma social moderna estilo Kama Sutra establece que mientras más millas tengas en el contador, más conocimientos tendrás que te servirán como doctorado a la hora de la practica privada. Pero los dejo con un interrogante: ¿a quién le gusta enterarse de que su compañer@ tuvo parejas anteriores?
por Héctor Alfredo Millán