Desde niño, me encantaba analizar las películas, especialmente las de acción. Observaba e identificaba las características distintivas de los personajes, los estilos de sus vestuarios y los colores de sus ambientes. A partir de mi adolescencia, tendía a ejecutar el mismo análisis en cada grupo social que presenciaba. Llevo años observando al cristiano.
Una cualidad que compartimos muchos cristianos es el tiempo de oración. Sea cuestión de una hora diaria o cinco minutos cada dos o tres días, tendemos a querer dedicar momentos para “descargarnos” delante de Su presencia. Afortunadamente, la oración es una manifestación de la relación dialéctica que Dios intenta con el hombre. Al incluir momentos de sólo escuchar, Él aprovecha para también “derramar” bendiciones (bendecir: decir bien, o decir lo bueno) sobre nosotros. Recibimos, de esa forma, no tan solo la oportunidad de expresar agradecimiento, desahogar nuestras preocupaciones, liberarnos de la carga de nuestros errores al confesarlos y presentar nuestras peticiones, sino también abrimos paso a la retroalimentación celestial. De la misma forma como un niño que pasa mucho tiempo con un padre responsable recibe constantemente su corrección y disciplina, dicha retroalimentación tiende a ser, en muchas ocasiones, de confrontación. Abundamos imperfección a la hora de presentarnos ante un Padre responsable y sabio, ¿sorprende la corrección?
“Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne. Las iniquidades prevalecen contra mí; mas nuestras rebeliones tú las perdonarás. Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios; seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo.”- Salmos 65: 2-4
El salmista declaraba, pues conocía el amor y la misericordia de Dios. Como quiera, a pesar de toda la instrucción que podamos recibir a través de la Biblia y la revelación, Dios no toca lo que desde el principio nos regaló: el libre albedrio. Cabe resaltar que toda la confrontación del cielo no puede obligarnos a tomar decisiones. El posponer o ignorar decisiones no implica que se tengan que dejar de tomar, muchísimo menos implicará paz.
Además de instrucción correccional, a través de la oración Dios nos recuerda nuestro propósito personal y despierta sueños como aspiraciones en nosotros. Nuestras metas personales van cobrando sentido universal, van recibiendo un “para qué” dentro de Sus propósitos, que de alguna forma u otra, siempre son fundados en el amor, la salvación y el darle sentido a las vidas de las personas. Los sueños que Dios pone en nuestros corazones tienden a aparentar ser más de lo que pudiéramos realizar por nuestras propias fuerzas, y me parece que Él lo hace para provocar que dependamos de Su ayuda durante el proceso. El mismo tamaño de dichos sueños hace que nuestras metas se conviertan en peticiones constantes que cuando son alineadas a Sus propósitos, son atendidas en oración y recibimos un sentimiento de paz que nos confirma que serán palpadas.
Las promesas:
Transformamos peticiones en promesas, no tan solo mediante la paz que sentimos al presentarlas, sino ocasionalmente nos la confirma un total desconocido por medio de una profecía. Los cristianos pudiéramos fácilmente caer en crisis por desesperar ante las promesas. “Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1: 17), “como viendo al Invisible” (Hebreos 11: 27), son frases que leemos en la Palabra y a menudo se repiten en las iglesias para mantenernos esperanzados ante largos tiempos de espera. ¿Cómo lo hacen?, fue uno de mis primeros interrogantes luego de analizar y comprender la dinámica persistente de “vivir por fe”.
Confrontados por una lista aparentemente inalcanzable de asuntos personales por corregir, ilusionados y hasta abrumados por sueños de altos grados de dificultad, no me sorprende vernos en constante tensión. Reposamos en las alabanzas pero pronto vemos que cada bendición trae en sí una prueba, que al pasarla victorioso, trae en sí una bendición mayor, que… ¿sabes qué? Trae en sí una prueba mayor.
Ilustraré con un ejemplo: De solteros, luchamos con tentaciones de promiscuidad. Pedimos es@ sierv@ que “aliviará la carga”, pero más temprano que tarde vemos que, al entrar en el noviazgo, comienza la verdadera tentación porque de solter@ no tenías tanta oportunidad para fornicar. El matrimonio es la próxima petición que es contrapuesta por asuntos tan fácilmente manejables como lo es una recesión económica mundial. ¿Cómo le aseguraré a mi nueva pareja una estabilidad económica? En medio del vaivén de la guerra mental, tampoco nos puede sorprender pensar: “¿no sería más fácil volver a mi vieja manera de pensar y vivir?”
¿Cuán fácil sería volver a simplemente vivir el momento? Tan fácil que era cuando no me preocupaba por asuntos tan abstractos e intensos como la “vida eterna”, el “propósito de mi vida”, el “pecado” o la “salvación”… Pero, ¿pudiera haber forma de borrar experiencias de mi mente? Recuerdo un pasaje en Génesis que relata sobre cómo la esposa de Lot miró hacia atrás a la hora de salir de su vieja forma de vivir y se convirtió en estatua de sal, quedó petrificada. Ciertamente, pudiéramos endurecer hasta petrificar nuestros corazones para fingir nunca haber aprendido lo que Dios nos ha enseñado. Pero tal petrificación, ¿qué efectos pudiera tener sobre nuestras vidas? “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16: 24), decía Jesús, y esa exhortación carga tanto poder por todo lo implícito en seguir a Cristo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14: 6), y personalmente, no me conformaría con menos.
La dura realidad es que aunque quieras ver las pruebas y las bendiciones como tal o simplemente como experiencias de vida, nada quitará que sucederán. El detalle está en identificar la forma de pensar que te mantendrá no tan sólo cuerdo ante dichas experiencias, sino con ánimo de vivir. No hay forma de convencer a nadie con meras palabras sobre la certeza de Dios, requiere vivir experiencias en Él. La fe requiere ser impregnada de amor, y como todo amor, requiere a su vez una decisión. Hace un tiempo atrás, decidí no ignorar la inquietud espiritual que había en mi corazón. Desde entonces, vivo por fe.