Imagen de gci.org

Te voy a contar una historia. Esta es la historia de un joven que se llamaba Samuel. Samuel se crio con un sacerdote, vivían en un templo.  Demás está decir que se crio en un ambiente bastante sano, un ambiente donde se practicaba activamente una religión. Sin embargo, Samuel no conocía a Dios. Él era obediente y hacía todo lo que se le enseñaba, confiando en que todo andaba bien. Y Dios vio que el corazón de Samuel era bueno, vio que le servía porque quería estar cerca de El.

Llegó el momento en el que Dios pensó que Samuel estaba listo para ir más allá de las vanas repeticiones, las oraciones sin respuesta y las prácticas ciegas. Dios decidió que era tiempo en que Samuel y El comenzaran a hablar y a desarrollar una relación de verdad. Así, que decidió llamarlo. Esperó hasta que anocheciera, cuando ya se había acabado el afán de las tareas del día, cuando Samuel se acostó para que pudiera escucharlo. Dios lo llamó por su nombre, le dijo “Samuel”, pero Samuel pensaba que era su cuidador, el sacerdote Elí, porque nunca había escuchado la voz de Dios. Así, que fue a donde Elí para reportarse, pero Elí le dijo que no lo había llamado y que volviera a acostarse. Dios volvió a llamar otra vez a Samuel:

“Y levantándose Samuel vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve, y acuéstate. Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él levantándose vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve, y acuéstate: y si Él te llama, dirás: Habla, Jehová, que tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová, y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, que tu siervo oye. Y Jehová dijo á Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que á quien la oyere, le retiñirán ambos oídos.” -1 Samuel 3: 6-11

La situación de Samuel antes de que Dios le hablara nos puede suceder a muchos. Nos criamos en ambientes y aprendemos lo que se nos enseña, lo tomamos todo como bueno. Aprendemos los valores de quienes nos rodearon durante la niñez, las prácticas más comunes, los ideales políticos, la forma de conducirnos y hablar, los roles del hombre y la mujer, y posturas ante la fe. Todas las enseñanzas que recibimos como niños quedan grabadas en la mente. Muchas de ellas llegan a formar fundamentos muy sólidos, otras llegan a provocar grandes confusiones y vacíos con los cuales luchamos cuando alcanzamos mayoría de edad y nos vemos ante decisiones que requieren una base de valores y un carácter muy definido.

Aunque Samuel vivía en un ambiente de religión, “no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada” (1 Samuel 3:7). Puede que personas cercanas a nosotros durante la niñez también practicaran alguna religión, pero puede que jamás se nos enseñó a buscar a Dios, a encontrarnos con El. Pero así como la tierra se mueve y los tiempos son definidos por temporadas, de igual forma nuestra vida. Llega la temporada seca en la que necesitamos lluvia que haga florecer los campos y ponga a producir los frutos de nuestro interior. Llega la temporada en la que Dios quiere hacer llover su bendición sobre ti. Su bendición = su buena palabra. Llega el momento en el que Dios elimina la distancia y comienza a mover cielo y tierra para que lo puedas escuchar. Y nos puede pasar como a Samuel, que al principio no reconoció la voz de Dios, porque nunca la había escuchado. Puede que sintamos una inquietud de repente por buscar a Dios, como si le estuviéramos respondiendo al aire, como si sintiéramos que alguien nos estuviera llamando. Puede que percibamos señales extrañas a nuestro alrededor o impulsos por hacer cosas que nunca habíamos hecho, cosas… santas, obras de propósito y de amor.

“Toda Escritura es inspirada divinamente y es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, perfectamente equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Si has sentido algún impulso así, aprovecha la ola y surféala hasta la orilla porque eso es Dios mismo quien provoca este oleaje de mensajes. Confía en que conducen a bien. No estás solo/a, busca ayuda porque la hay. Si no la ves, “pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). Si Dios no ha puesto a tu alrededor a alguien útil para asistirte en tu búsqueda espiritual (probablemente sí), pídele a Dios que te dirija hacia alguien que te pueda ayudar. La Biblia es el libro mas vendido en el mundo, esto no es por el capricho de la mayoría de la población mundial. La Biblia es el libro de la vida, porque carga en si la vida que puede llenar los espacios en tu interior que hasta ahora habían estado vacíos. Puede contestar tus preguntas más íntimas pero más que todo, es vida porque te enseña a encontrarte con Dios; y junto con Dios, tu propósito.

¿Luchas con una inquietud espiritual? ¿Crees que ha llegado el tiempo de tener un encuentro con Dios? O, ¿ya caminas junto a El? Si es así, ¿cómo fue tu experiencia?