En sus comienzos, todo árbol es primero un soñador. Desde que es solo una semilla, solo un tallo, solo hojas y pequeñas ramas, carga el sueño de algún día llegar a cumplir su misión. ¿Cuál es su misión? Al principio, es como si no la pudiera verbalizar, pero sabe que la tiene. Sabe que es única, que es suya, y que es grande.
Al mirar a los demás árboles, nota su satisfacción al poder alimentar a todos los que pasan y toman de sus frutos. Los ve y se percata de que hay mucho trabajo que hacer. Sueña con algún día poder dar el mejor fruto, el más dulce. Sueña con su hora, la hora en que comenzará a cumplir su misión. Sueña que todos se enterarán de que su fruto es el mejor, y todos vendrán a él para ser alimentados. Su sueño será cumplido y vivirá en esa satisfacción.
El árbol, eres tú. Lo quieras o no, fuiste sembrado en esta tierra con talentos y cualidades específicas que expresan tu propósito. Tal vez como el árbol, en ocasiones se te tiró tierra encima. Tal vez fuiste expuesto a lluvias y vientos fuertes que te han hamaqueado. Pero así también como el árbol, que los vientos y las lluvias le sirvieron para hacer profundizar sus raíces, las experiencias que has tenido, hoy representan lo que Dios ha usado para formarte y fortalecerte. Tus vivencias te han abonado y podado; te han preparado para dar el mejor fruto.
Tu hora ha llegado. Es tiempo de que comiences a caminar en el cumplimiento del sueño que cargas.