Por mucho tiempo se ha escrito sobre estrategias para aliviar los síntomas de una decepción. Cómo combatir la depresión, cómo lidiar con el estrés, cómo superar una pérdida, cómo subir la autoestima, entre otros. Creo que la forma más sencilla y más directa para trabajar con una decepción es comprendiendo por qué nos sentimos decepcionados.
Solía pensar que un error era algo que no se podía controlar, que se hacía sin querer y que en definitivas cuentas no se podía evitar. Así que cuando las personas me hacían algo con pleno entendimiento y en su sano juicio, me parecía imperdonable, me preguntaba cual hubiera sido el motivo y desde el momento les ponía una raya a la relación. Una raya que no se pudiera traspasar nunca. Esta forma de vivir no es satisfactoria. De hecho, hace que nos volvamos insensibles e incapaces de expresar emociones.
En estos días comencé a pensar en todas las veces en que hice cosas con mi sano juicio y de las que me arrepiento. Al momento de hacerlas posiblemente ni había pensado en los daños a terceros. Sin embargo, muchas veces fueron sucesos que dejaron huella… y huella negativa. Fue en ese momento en el que pensé que las personas que me habían hecho “daño en la vida” probablemente no lo hicieron para lastimarme; del mismo modo en que yo no lo hice con la intensión. Comprender esto me ayudó a entender por qué Jesús le decía amigo a Judas sabiendo que lo iba a traicionar, por qué Pablo Marmol sigue llamando a Pedro Picapiedra su mejor amigo y por qué hay momentos en los que Tom y Jerry parecen simpatizar.
Somos seres humanos y cometemos muchos errores a diario, la primera persona que debe conocer esto soy yo. Primero, para poder aceptarme luego de haber fallado; segundo, para poder aceptar que los demás son sólo tan humanos como yo y que merecen una segunda oportunidad. Hay personas que dan una sola oportunidad, pero esa opción sería para un ser supremo, perfecto, no como nosotros. ¿Para qué vivir con ese dolor en el corazón simplemente porque ya se ha cumplido con la cuota de oportunidades? Mientras haya vida hay esperanza.
Muchas veces para forzarme a entender esta realidad me pregunto: “si la persona que me ha decepcionado estuviera a horas de morir, ¿continuaría, yo, con este rencor?” La respuesta es que no, ¿Por qué? Porque para que una persona pueda herirnos tiene que significar mucho para nosotros. Nunca sabemos cuándo vamos a morir nosotros ni nuestros seres significativos. No permitamos que un mal rato pueda privarnos de momentos valiosos.
Por Jesmarie Meléndez