Imagen de cvclavoz.com

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La mayoría de las ocasiones en que sentimos que Dios nos pide algo, nos parecerá una total locura. Lo sé. Nos puede parecer ilógico. Sin embargo, tanto en la Biblia como a través de redes sociales y en testimonios de personas cercanas, todos los días podemos enterarnos de las historias de éxito de aquellos valientes que deciden obedecer.

Pero como quiera nos cuesta decir que sí. Analicemos porque.

Hay 2 etapas en la vida del cristiano en las que Dios impulsa a obedecer:

  1. Antes del milagro de confirmación
  2. Antes de dar sentido a nuestras vidas

Antes del milagro de confirmación

Podemos comenzar a buscar a Dios por diversas razones: puede que necesitemos algún tipo de sanidad, puede que sea solo por curiosidad, por situaciones familiares, desempleo, etc. Sea cual sea, Dios remunera el esfuerzo de quienes le buscan:

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que a Dios se acerca, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” –Hebreos 11:6

Significa que Dios tiene en su agenda bendecirte por comenzar a acercarte a Él. Tomemos el ejemplo de Pedro. La primera prueba de fe que tuvo Pedro fue justo antes de la pesca milagrosa documentada en el capítulo 5 de Lucas. Jesús estaba junto a un lago, y una multitud le seguía para oírle predicar. Cristo, viendo que Pedro había acabado de llegar de pescar, le pidió que apartase la barca de tierra un poco para sentarse en ella, para que la gente le pudiera ver (Lucas 5:3). Cuando terminó de predicar:

“dijo a Simón (Pedro): Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.

Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red.

Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía.” –Lucas 5: 4-6

Simón, a quien más adelante Jesús le cambia el nombre a Pedro, tenía “razón” para no obedecer a Jesús: ¿Para qué volver a salir a pescar, si llevaban toda la noche y no pescaron nada?

¿Qué lo movió a obedecer? La palabra de Jesús. ¿Cuál palabra? La que había acabado de predicar, la que Pedro tuvo que apartarse de la tierra un poco para poder escuchar.

Pedro estaba cansado, muy probablemente frustrado por haber invertido toda una noche de esfuerzo para nada. Trabajó pero no cosechó ningún fruto.

Así nos podemos sentir nosotros a la hora de escuchar a Dios pedirnos que lo volvamos a intentar. ¿Obedecer? ¿Para qué? Si ya lo intenté una y otra vez… estoy cansado de intentarlo.

Lo que hizo la diferencia aquí fue el hecho de que Pedro había acabado de recibir una palabra diferente, una palabra de vida, directa del corazón de Dios que aumentó su fe.

Si nos perdemos la palabra de vida que aumentará nuestra fe, nos apoyaremos solo en nuestros argumentos influidos por el cansancio y la frustración, abriendo paso mental para justificar nuestra desobediencia. Nuestra desobediencia retendrá la manifestación del milagro.

Requerirá “apartarnos de tierra un poco” para poder recibir la palabra de vida que aumentará nuestra fe. Requerirá salir de lo rutinario, alejarnos por un momento de los afanes, del hambre, el desespero, la aflicción, el desahogo en los placeres y la falta de dirección que abunda en las multitudes de gentes, para poder entrar en el selah, en el silencio de Dios; donde claramente podremos verlo para poder discernir su voz.

Ahí adquirimos fuerzas para perseverar y obedecer. Esa perseverancia y obediencia inicial destarará el milagro que nos confirmará que Dios es real y que ciertamente es galardonador de quienes le buscan. Es ahí donde vemos la restauración de nuestras relaciones, la sanidad de nuestras condiciones, la provisión milagrosa y la libertad que nos mueve a adorar.

Antes de dar sentido a nuestras vidas

Ocurre un fenómeno particular, y es el de los 9 leprosos (Lucas 17: 11-19). De 10 que fueron limpiados por el poder sanador de Jesús, solo 1 regresó a agradecerle y seguirle. Este pasaje expone una proporción lamentable respecto a quienes solo se quedan en la etapa del milagro de confirmación. Muchísimos son los que no regresan a la iglesia luego de haber recibido su milagro de sanidad, o luego que Dios restaura su matrimonio, o libera a su hijo de las drogas.

Pero Pedro hizo algo que abrió paso al próximo galardón:

“Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía.”

“Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.” –Lucas 5: 6 y 8

Se humilló delante de Cristo y se arrepintió de su forma de vivir. El arrepentimiento es el anhelo de algo nuevo, algo diferente para tu vida.

Al hacerlo, Cristo derramó sobre Pedro el milagro real en esta historia:

“Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.” –Lucas 5: 10-11

Notemos que Pedro no le dijo a Jesús que tenía miedo, sin embargo, Dios ve lo que hay en el corazón.

Puede que al vernos ante el poder de Dios, nos dé temor la idea de lo que ha de suceder de nosotros. ¿Qué quieres de mi Señor? Le tememos al cambio. Pero Cristo inspira confianza, diciéndonos que su intención es bendecirnos toda la vida hasta la eternidad.

Cristo lo bendijo con la mejor bendición, la palabra de dirección que dio sentido a su vida.

Lo que Dios te pide luego de hacer el milagro que lo confirma como real en tu vida, es que lo hagas tu Señor. El Hacedor de tu milagro es Aquel que tiene el poder de no tan solo bendecirte una vez, sino guiarte por una vida entera de bendición donde verás la transformación de todos tus ambientes, de tinieblas a luz. Él quiere hacer de ti una lámpara.