Tengo un gatito negro (bueno, le decimos “gatito” de cariño, porque es más bien un “gatote”) llamado Kalúa. Kalúa es parte de la familia desde el 2002, y como la mayoría de las mascotas, se ha ganado el amor de la casa con el pasar de los años. Un día, cuando todavía vivíamos en Mayagüez, mi madre se sentó en las escaleras a sobarlo y me decía: “Es tan poquito lo que pide”.
En más de una ocasión, Kalúa ha pasado la noche en la marquesina (no me avergüenza informarles que, por lo general, duerme conmigo). Es cuestión de rapidez, me explico: al caer la noche, mi madre asegura todas las puertas. Abre la puerta de la cocina para extender su brazo hasta el control de la puerta de garaje, y lo hace con tanta rapidez y eficiencia que no le da tiempo a Kalúa de entrar a la casa, ni de salir a la calle, así que se queda atrapado entre puertas cerradas. Triste, ¿no? El remordimiento ocurre al día siguiente, cuando salimos todos a realizar nuestros quehaceres y encontramos una pantera feroz y hambrienta (sí, su transformación es tal que cambia hasta de sexo) raspando la puerta, pidiendo entrar. Al día siguiente, entra a la casa solo a comer, se mantiene alejado para mostrarnos su coraje por haberlo descuidado. Ya conocemos el proceso, sabemos que pasará un tiempo en el que nos lo tenemos que volver a ganar con comida y agua fresca, cariño y “treats”. Es tan poquito lo que pide…
A veces cometo el error de pensar que Dios se comporta igual que Kalúa, que cuando fallo, tengo que estar un tiempo lejos de Él en lo que se enfría el asunto, en lo que me perdona. Sería lo normal si estuviéramos hablando de relaciones interpersonales. Fuimos creados a semejanza de Dios, pero, muy afortunadamente, Él sabe que no nos creó perfectos como Él. “Pues como está escrito: No hay justo, ¡ni uno solo!” (Romanos 3:10) Todos fallamos, hay algo en nosotros que nos inclina, de forma “natural”, al engaño y a los placeres. Forma parte de nuestra humanidad, estimulada por varios elementos influyentes como la crianza, educación, entorno… y en muchas ocasiones, poca-vergüenza y falta de controles. En Su semejanza, fuimos bendecidos con la capacidad para crear. No todo lo que el hombre crea es bueno o perfecto, pero todo lo que Dios creó sí lo es, aun esta parte del diseño humano. Reconocer nuestra malicia e imperfección nos acerca a la humildad. Pero, ¡qué mucho nos cuesta pedir ayuda! Tal vez sea igual de difícil pedir perdón. Fue muy útil reconocer que, cuando yo hiero a alguien, si me arrepiento y le pido perdón de corazón, recibo libertad de conciencia, me perdonen o no. Libertad de conciencia es esencial para una vida saludable y equilibrada. Es lamentable ver que muchos no se atrevan a acercarse a Dios porque dicen: (1) “es que yo he fallado tanto” y (2) “sé que estoy haciendo las cosas mal delante de Él, y estoy esperando corregirme”. Primero, lo único que hace falta para recibir el perdón de Dios es tu arrepentimiento y segundo, Él no espera que vengas limpio delante de Él, Él espera limpiarte. Necesitamos ayuda para aceptar y corregir gran parte de nuestros males, esta necesidad también es parte de nuestro diseño. Fuimos “programados” así para que canalicemos esa necesidad a través de un clamor dirigido a los cielos.
No seré perfecto jamás, pero estoy “persuadido de esto, el que comenzó en (mí) la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6): hasta el día que Él me venga a buscar. Mientras tanto, mi arrepentimiento y mi perseverancia me mantienen bajo Su perdón y corrección, y confío que el proceso en el que camino, cada día me lleva a ser un mejor hombre.
por Héctor Alfredo Millán