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Hace un tiempo atrás le hablaba a un grupo de personas muy queridas sobre la importancia de construir con los materiales correctos, con materiales de calidad. Cada día nos vemos ante oportunidades de integrar nuevos elementos en nuestras vidas. Decidimos si salir y conocer personas que nos hablen e influyan con sus formas de pensar, si asumir nuevos retos y responsabilidades como estudiar, trabajar, hacer realidad un sueño empresarial, colaborar en alguna entidad sin fines de lucro, caminar hasta el pico más alto del Yunque o hacer lo indecible por ayudar al joven que está perdido; o si permanecer sentados y esperar que las cosas “fluyan”, que pasen por sí mismas. Son “decisiones… cada día…”.

Desde niño llevas construyendo la casa que llamas tu vida. Tal vez en la escuela jugaste algún deporte o saliste bien en alguna clase que te gustó. Te encantó alguna artista en la televisión. Estuviste con la familia que te crio y percibiste sus luchas, sus discusiones, sus opiniones con respecto a la política y el rol “correcto” del hombre y la mujer. Tuviste amigos/as y luego amiguitos/as un poco más especiales. Te enamoraste, y te decepcionaste. Fuiste creciendo y te viste en la necesidad de producir, de ejercer alguna función: trabajador/a, amo/a de casa, jugador/a, gozador/a de la vida, etc. Lo que sea que hayas hecho, lo que vives hoy es el resultado de cómo manejaste las circunstancias que te han tocado vivir. Esta es la casa que te has construido. En ella, habitas tú y los tuyos (los quieras o no).

Pero la vida no se ha acabado. Cada día le añadimos y quitamos a la casa. Con las decisiones que tomamos, pintamos para retocar o cambiar un color por completo de los interiores o exteriores, ponemos un cuadro nuevo o cortinas para decorar, compramos un televisor para entretener, camas y sofás para estar más cómodos, ponemos rejas y ventanas para aumentar la seguridad, construimos muros de contención o remodelamos áreas enteras como la sala, terraza, fachada o jardín. Pero, ¿qué tipo de materiales estamos utilizando al construir? ¿Tu prioridad es lo estético o la mayor duración y calidad? ¿Inviertes más en entretenimiento o en propósito y productividad? A largo plazo, ¿tu casa será digna de admiración o burla?

Tu casa en el mercado

Muy contrario a los conceptos de bienes raíces, la obra realizada o lo que has invertido en la casa de tu vida no se evaluará en cuanto a su valor de reventa. Tu vida es tuya, y te tocará vivirla hasta que ceses de existir. Los libros de historia relatan las vidas de aquellos que se esmeraron por alguna causa, y en los entierros se piensa en el sentido e impacto que tuvo la vida del que ya ha pasado. Se piensa en su legado, si lo hubo. Se piensa en la labor que realizó en las instituciones donde trabajó, su aportación ante su familia, el estilo de crianza de sus hijos y el estado actual de ellos como resultado del mismo. Al final, el análisis de los veladores del ataúd se basará en tratar de contestar una pregunta: ¿Habrá tenido una vida plena, completa y buena?

¿Dónde comienza cada construcción?

Puede que ya hayas tirado las paredes, un techo en dos aguas y que ya hayas comprado las ventanas de seguridad. Pero para asegurar la edificación, la zapata debe estar bien hecha y el fundamente debe estar sólido. Jesús mismo lo recalcó luego de haberles hablado a la multitud sobre las bienaventuranzas y el resto del sermón del monte narrado entre los Capítulos 5 y 7 del Evangelio según Mateo. Al final les dijo:

“Cualquiera pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.” -Mateo 7:24-27

Construye la plenitud

Todos los materiales de construcción tienen un precio. En teoría, los de mayor calidad tienen un costo mayor. Es de igual forma en nuestras vidas: involucrar aspectos de mejor calidad tendrán un costo mayor. Es más difícil ser humilde y ayudar a los demás que ser egoísta. Trabajar y estudiar cuesta mayor esfuerzo que acostarme en el sofá. Me cuesta mucho más un saquito de justicia que un quintal de insensibilidad. El dominio propio cuesta inmediblemente más que la codicia y la impulsividad. Perdonar y demostrar amor y misericordia cuesta más que mantener el rencor. Sacar el tiempo para meditar en el propósito de mi vida y trazar un plan que puede parecer una locura pero me satisface y motiva, cuesta muchísimo más que hacer lo mismo que llevo haciendo todos estos años, ya que estoy en mi “comfort zone”. Me cuesta mucho más tener fe que dudar.

Edificar lo correcto cuesta más. Requiere asumir el riesgo de entrar en lo desconocido y, por fe, actuar creyendo que verás mejores resultados. Tal vez de primera instancia sólo verás lo difícil que es el esfuerzo y lo mucho que cansa, pero por eso requiere persistencia. Lograrlo requiere que permanezcas ante la resistencia, y verás tus sueños cumplir. Procura la plenitud, a veces es mejor romper lo realizado y comenzar de nuevo, pero con el fundamento y la dirección correcta, que persistir en actitudes que a largo plazo pueden limitar o destruir las vidas de todos los que habiten en tu casa.

Jesús dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” –Juan 10:9-10