Vine al hospital a traer a mi hijo a su cita de audiología. Sentado en la sala de espera de la clínica, me saluda una mujer joven con una niña de apenas 9 meses en sus brazos. Me sonrío con ella por cortesía antes de percatarme de que el hombre que tiene a su lado, lo conozco. La mujer se levanta de su silla y se acerca a nosotros con la niña. Nos saludamos y ella le dice a su hija: “Andrea, mira al muchacho. Él oró por ti”.
Cuando nació Héctor Alejandro, pasamos 3 semanas en intensivo neonatal en lo que le operaban el intestino y se recuperaba. Hubo un matrimonio que atravesaba un proceso similar con sus gemelas que habían nacido prematuras, Camila y Andrea. Durante la estadía, perdieron a Camila. Varios días después, Andrea luchaba por su vida.
Tal vez no se me ocurrió a tiempo ir a orar por ambas, quizás me enfoqué en interceder por mi propio hijo. Nos veíamos en cada hora de visita y nos dábamos apoyo. Luego de la pérdida de Camila, mis ojos se abrieron y pude ver que la necesidad abarcaba más espacio que el que ocupaba la cuna de mi hijo. Le pedí permiso a los padres y sembré una semillita de fe.
Héctor Alejandro se recuperó y nos dieron de alta, no supe más nada de Andrea. A lo mejor no tuve nada que ver en nada, pero hoy me lleno de alegría al verla.
El mejor tiempo
En mi casa estamos viviendo el mejor tiempo de nuestras vidas. Es irónico, porque si nos evalúas a la distancia, puede que te dé lástima. No vivimos en el barrio más agradable y por ahora no nos podemos mudar, recientemente cerramos el negocio que trabajamos por 2 años y hace 3 semanas Ale vivió su tercera hospitalización y su cuarta cirugía.
Con todo, es el mejor tiempo y te explicaré por qué:
“Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.” -Juan 14:14-17
Por cuanto Dios se mueve en amor, nos guía en amor. La relación es parecida a una de pareja: como amo a mi esposa, me ocupo de agradarle. Esto incluye encargarme de averiguar sus gustos, preferencias y aspiraciones, para procurarlas. En consecuencia, recibo su amor recíprocamente.
En el caso de Dios, la consecuencia de procurar sus gustos y aspiraciones por amor es similarmente una demostración de amor de su parte. De hecho, recibimos amor en su máxima expresión: al Espíritu Santo.
Tener al Espíritu Santo morando en ti es vivir en un consuelo constante. Imagínate tener a Dios mismo consolándote en cada proceso, hablándote y dejándote saber el camino del bien. Que puedas pedirle y recibir, preguntarle y ser contestado.
Este es nuestro mejor tiempo. Durante el proceso de sanidad de nuestro hijo, hemos visto a Dios obrando a nuestro favor. Alcanzamos un nuevo nivel de fe, con un mayor entendimiento de Su palabra. El aumento de fe y compasión nos impulsó hacia nuevas facetas ministeriales. Estamos aportando a la formación de jóvenes y ministros de Dios. Vivimos literalmente en las manos de Dios, Él nos sostiene económicamente.
No hay otra explicación para la provisión actual. Puertas de oportunidades se abren, espirituales y profesionales. Recibimos financiamiento para un proyecto comercial muy prometedor. Abunda el amor. Abunda la paz.
Obedecemos, nos sometemos, nos sujetamos, soportamos, aprendemos, estudiamos, perseveramos, y somos bendecidos.
El futuro se ve brillante.