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Me encontraba un día  en un establecimiento comercial trabajando -de esos comercios que son más frecuentados por los hombres- con siete meses de embarazo, pero sin quejarme; haciendo el trabajo desde temprano hasta el final del día. Uno de los días salta el dueño del establecimiento y me pregunta que si soy mujer. Ante la pregunta quedé sumamente ofendida, entendiendo que se me estaba faltando el respeto, que era un insulto hacia mi feminidad, hacia mi identidad y hacia mi autoestima.

Con el pasar de los días mi mente no paraba de repetir aquella escena y pude percatarme de una realidad. Las personas creen que una mujer es sumamente frágil, aun más cuando está embarazada. El embarazo se ve como una enfermedad o un impedimento, una licencia para comer excesivamente, para no hacer nada y para manipular a todos los involucrados.

Los hombres que lloran

En los últimos años ha surgido una consciencia para restablecer las normas sociales implícitas. Una de esas  normas implícitas socialmente: “los hombres no lloran”. Una ley aplicable a cada tendencia en la vida es que todos los extremos son malos. No tengo ningún problema con los hombres que lloran, todo lo contrario; me parece que el llorar es una forma de limpiar el alma, si se pudiera llamar de alguna forma a ese sentimiento tan liviano que surge luego de haber llorado hasta la saciedad. Mi problema está en los hombres que han hecho suyas estas palabras, tomándolas como excusa para permanecer en la misma situación y esperar que las soluciones, las respuestas y las decisiones bajen del cielo.

Nada se resuelve llorando

Aquel hombre probablemente se sintió amenazado o hasta confrontado con mi manera de enfrentar la vida. Si hay que trabajar duro por un par de dólares, lo he hecho sin  quejarme, sin pensar que las cosas están difíciles y que no merezco esto, sin volverme loca o dedicarme solo a llorar sin resolver ninguna situación. Ser mujer es más que eso. Ser mujer es levantarse temprano, encarar el nuevo día con una sonrisa, con la esperanza de que el nuevo día será mejor que el anterior. Pensar que los problemas tienen solución y moverse a buscarla, es haber superado tantas desilusiones y tantos sufrimientos que sentimos que nada podrá destruirnos. Es dar último lugar al cansancio, es planificar, es ser valiente, es poder ser delicada, pero fuerte. Es no ocultar la inteligencia, ni las ideas, ni dejar que los demás piensen por nosotras. Es andar con la cabeza en alto porque al final del día se cumplieron las metas establecidas y más. Es poder llorar en la bañera y emocionarse en una película, es sentirse dichosa, afortunada, ser respetada, valorada… amada.

¿Que si soy mujer?

Aquel hombre de seguro no podía entender una actitud imparcial, seria, el no temer a hablar en público o a hacer negocios… Igual que muchas hemos sido incomprendidas por ser brillantes, por tener aspiraciones que se salen de la norma, que son difíciles de alcanzar.

Claro que soy mujer, con más orgullo y valor que siempre.