Esta mañana mientras daba algunas vueltas corriendo en la pista atlética cerca de mi casa, me percaté de 4 jóvenes en uniforme de escuela que se escondían debajo de un árbol para… ¿hablar? ¿Hacer chistes a las 7:32AM? No, era obvio que estaban fumando para ir felices a la escuela. En la próxima vuelta que di a la pista, me dio el olor a marihuana.
Es innegable que el uso de drogas desde la década de los 1960’s no ha menguado. Yo, en mis años de juventud, también fui uno de sus aficionados. En el 1997, probablemente a mí también me hubieran encontrado a las 7:32AM debajo de un árbol cerca de la escuela… “hablando” con amigos.
Llegó el momento de compartir este testimonio:
A los 12 años probé la marihuana por primera vez, mayormente por curiosidad. ¡Y también porque estaba bien accesible! Se veía en las fiestas y era un tema común de conversación en muchos de los círculos a mi alrededor.
La pregunta entre mis amigos y yo entonces fue: ¿Por qué no?
Comenzamos a fumar. Entre los 13 y 14 años empecé a venderla, creo que siempre he tenido instintos empresariales (A menudo me pregunto por qué no soy millonario todavía… ¡Me parece que Dios está trabajando conmigo todavía!)
Ya para los 16 años estaba experimentando con drogas más fuertes. A los 18 años, ya no había nada que me interesara más en la vida: solo las drogas, la novia y la música (yo tocaba bajo en una banda de reggae, rock y ska).
Entonces, cuando tenía 19, me dejó la novia.
Ahí todo se me salió de las manos. Más drogas. Muchas más drogas. Me suspendieron de la universidad por las malas notas. La banda se rompió porque simplemente algunos de los integrantes estábamos muy perdidos.
Y varios meses antes de cumplir 21, me arrestaron. Obviamente, por venta de drogas.
Tal vez te estés preguntando dónde estuvieron mis padres durante todo ese tiempo. Pues te cuento que estuvieron peleando conmigo, prácticamente, todo ese tiempo. Me encontraron drogas en mi cuarto, muchas veces. Me castigaron, muchas veces. Me llevaron al psicólogo, muchas veces. Incluso llamaron a la escuela para pedir ayuda, lo cual resultó en una conversación bastante incómoda con el Director de la escuela. Se pusieron fuertes conmigo, hasta los golpes… ¡muchas veces!
Pero nada ni nadie logró hacerme reaccionar. Yo seguía hundiéndome cada día más y más.
En los meses antes del arresto, descubrí que podía quedarme en los hospedajes de mis amigos universitarios. A veces pasaba meses sin regresar a mi casa.
Y mis padres, llamando, enviando textos (en aquel tiempo eran mensajes al beeper), llamando a mis amigos para ver dónde yo estaba. Hasta llegaban al hospedaje donde yo me quedaba, pero yo en mi “nota” (intoxicación), no me atrevía abrirles la puerta. No me atrevía a mirarlos a la cara.
Recuerdo todo esto con mucho dolor y arrepentimiento profundo, pues sé que hice a mis padres sufrir en extremo. Ahora, 20 años después de mi arresto, tengo mis propios hijos y no me imagino cómo se debieron haber sentido mis padres durante esos años de pesadilla.
¿Cómo mis padres me sacaron de las drogas? ¿Cómo lo lograron finalmente?
Fue un camino largo que requirió perseverancia y sacrificios. Pregúntate: ¿Qué harías tú por rescatar a un hijo?
Primero que nada, el arresto fue mi salvación.
Yo no quise reaccionar con los castigos, ni con las pérdidas de relaciones significativas, ni con los fracasos, ni con los sustos:
- Entre los 18 y los 20 años, tuve 2 accidentes de auto por estar borracho e intoxicado. En ambas ocasiones, el otro vehículo terminó en estado de pérdida total, pero eso no me detuvo en mi estilo de vida.
- Entre los 19 y 21 años, tuve 2 sobredosis, que tampoco me detuvieron.
Entiendo ahora que, en cada uno de esos eventos, era Dios llamándome, tratando de hacerme reaccionar. Dios iba cada vez alzando la voz de Su llamado. Hasta que finalmente me gritó: me envió los Agentes de Operaciones Especiales.
Mis padres me ayudaron durante el caso legal. Me consta que invirtieron mucho dinero en abogados. Acepté la culpabilidad y logramos un Programa de Desvío (probatoria) y mis padres se reunían con la Oficial Sociopenal para dar informes honestos.
Mis padres me ingresaron en un programa ambulatorio de salud mental para tratar de estabilizarme, pero mis adicciones eran muy fuertes y ante el riesgo de que me enviaran a la cárcel, me tuvieron que ingresar en un programa residencial de rehabilitación, donde viví por 13 meses. Este programa tuvo un costo de casi $1,000 mensuales.
Durante esos 13 meses, tuve el privilegio de salir de pase de fin de semana algunas 4 o 5 veces. El resto de las semanas, cuando venían mis padres a visitarme, yo lloraba y les suplicaba que me sacaran. Pero ellos fueron firmes. Me cuentan ahora, que salían destruidos de esas visitas. Algunas veces mi mamá le decía a mi papá que “ya”, que me sacaría y buscarían otras alternativas de ayuda conmigo en la libre comunidad; pero entonces mi papá le daba fuerzas para perseverar en el proceso. Otras veces era mi papá quien no aguantaba el dolor de verme encerrado y entonces era mi mamá quien le tenía que dar fuerzas para perseverar.
La mudanza- dolorosa pero necesaria.
Algunas de las pocas veces que salía de pase de fin de semana, me escapaba con mis amigos y recaía en uso de drogas. Ahí mis padres comenzaron a cuestionarse si debían mudarse para otro pueblo, con el fin de sacarme del ambiente. Yo entiendo que este paso fue clave en mi recuperación. Yo llevaba 9 años en las adicciones, no había lugar en Mayagüez en donde yo no encontrara drogas.
Mis padres habían construido la casa de sus sueños. Habían trabajado fuertemente para eso. Sus padres y familiares vivían cerca, sus amigos eran todos del área. Mudarse implicaba comenzar desde cero en otro lugar, conocer gente nueva, establecer nuevas amistades, verse solos en un lugar totalmente nuevo, esforzarse más para poder cuidar y ayudar a mis abuelos.
Debió haber sido algo sumamente difícil, pero lo hicieron. Lo pusieron en oración y Dios los ayudó a vender la casa de sus sueños y pudieron comprar otra, en un pueblo llamado Coamo, a 1.5 horas de distancia.
Más gastos, más inversiones, más sacrificios.
Luego de la mudanza, salgo del programa de rehabilitación, pero todavía no estaba bien. Continuaba teniendo recaídas y continuaba en probatoria, reportándome mensualmente al Dept. de Corrección. Mis padres me ingresaron en un programa ambulatorio dirigido por un Psiquiatra especializado en adicciones. Este programa costó otro dineral, pero dio muy buenos resultados. Ya yo había roto con la dependencia química a las sustancias, aunque batallaba con la dependencia psicológica. Por eso las recaídas. También, he llegado a entender que mis adicciones eran fuertes ataduras espirituales.
A los varios meses, el tribunal me envió una orden de arresto por haberme ido sin permiso del programa de rehabilitación (luego de una recaída). Ahí pasé una semana en la Institución Correccional 304 Guerrero en Aguadilla, en lo que se determinaba qué harían conmigo.
Al cabo de esa semana, el tribunal ordenó que me ingresaran a otro programa residencial, donde viví por 3 meses. Era un programa cristiano en Aguadilla. Mis padres viajaban más de 2 horas desde Coamo hasta Aguadilla para visitarme, a veces 2 y 3 veces en semana, pues en este programa permitían visitas familiares cada vez que había culto (servicio religioso).
Hace poco visité las facilidades de este programa Teen Challenge, solo para encontrarlo cerrado y abandonado. La realidad es que los 3 meses en Teen Challenge fueron de inmensa ayuda para mí, pues ahí aprendí a estudiar la Biblia, ayunar y ahí tuve mi primera experiencia de liberación espiritual.
El programa tenía un pequeño templo en donde tuve experiencias poderosas con Dios:
Yo dormía en una litera con alrededor de 30 caballeros más, en este edificio:
En uno de esos cultos, el predicador nos llamó a mi familia y a mí para que pasáramos al frente a recibir una palabra profética: “Juntos como uno, familia pastoral”. Mis padres creyeron esa palabra.
Salí de ese programa de manera milagrosa en 3 meses (estuve en ayuno 40 días para romper una sentencia de 18 meses) y ahí comenzó la prueba verdadera: la vida en la libre comunidad. Los siguientes meses y años fueron muy buenos porque yo estaba mucho más enfocado en actividades positivas y productivas, pero todavía tenía muchas luchas y tentaciones.
Mis padres se sumergieron en las cosas de Dios.
Encontraron una buena iglesia cerca de nuestra nueva casa y servían con pasión y entrega al Señor. Estudiaban la Biblia en casa. Oraban constantemente. Recuerdo haber despertado un día alrededor de las 2:00am y mi papá estaba en la puerta de mi cuarto, con sus manos extendidas hacia mí, orando.
Con el tiempo comencé a tomar más en serio mi relación con Dios y mi llamado ministerial. 10 años después de haber recibido esa palabra profética, decido aceptar el llamado y abrir una iglesia. Desde el 2015, fundamos el Centro Cristiano Alcanza, donde ahora mi esposa y yo pastoreamos. Y pues claro, con el apoyo siempre de mis padres.
Hoy agradecemos por la victoria.
Muchas personas me han preguntado cómo logré salir de los vicios. Pero la realidad es que yo no salí. A mí me sacaron. Los verdaderos héroes de esta historia son mis padres: Don Héctor Millán Cruz y Doña Nydia Martínez Lugo. No sé cómo ni dónde yo estaría ahora mismo, si no fuera por ellos. Me ayudaron a salir de las drogas, pude terminar mis estudios, trabajar, formar mi propia familia y hoy vivo sirviendo al Señor y ayudando a otros.
Papi y Mami, valió la pena. Los amo inmensamente y siempre estaré agradecido. Que Dios los bendiga con abundancia y salud.