Imagen de napwa.org.au

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En la vida pasamos por diferentes temporadas. En algunas disfrutamos los días soleados y los atardeceres cálidos de los tiempos de prosperidad y paz, en otras nos vemos como buscando refugio de las tormentas. Esto no cambia cuando me uno a otra persona en una relación. Peor aún, además de las pruebas individuales que podemos atravesar, a la pareja como ente también le toca conquistar batallas particulares de acuerdo a la etapa que transcurre.

¿Qué tipo de batallas?

  • Aprietos económicos
  • Mudanzas (empezar de nuevo)
  • Pérdidas de seres queridos
  • Enfermedad
  • Dificultades en la crianza de sus hijos (enfermedades, etapas de rebeldía, etc.)
  • En muchos casos: adulterio, adicciones, impotencia o esterilidad, etc.

Cómo sobrevivir las batallas entre los dos

En las guerras entre naciones, un ejército intenta destruir parte del otro hasta que uno de los dos se rinde. En las batallas que luchan las parejas, esto opera de igual forma. Se siente como si el problema intentara disolverlos, separarlos, divorciarlos; atacando áreas específicas como la economía, la seguridad, el afecto, la sexualidad, los hijos, la espiritualidad, lo vocacional, entre otros.

Perseverar con tu pareja en medio de las dificultades tiene todo que ver con el concepto de la fidelidad. Fidelidad no tan solo se trata de lo sexual, o sea, de no cometer adulterio. Fidelidad se trata de ser fiel a todo lo que representa tu pareja y la relación. Para poder identificar lo que representa la relación, será necesario hacer una evaluación del desarrollo de la misma, desde sus comienzos.

¿Qué nos unió?

Durante la etapa del enamoramiento,  seguramente (¡se supone!) se dieron un sinnúmero de conversaciones cargadas de transacciones de información descriptiva y certera dentro de las cuales ocurrió el acto de conocerse. En estas conversaciones se encuentran los detalles que determinan la compatibilidad. Se descubren los gustos y las preferencias, el trayecto, la crianza, las pasiones, las heridas que todavía duelen, las tentaciones, las deficiencias de carácter, los talentos, las aspiraciones y los sueños.  En medio del diálogo y las experiencias compartidas, se revela, generalmente, un proyecto común.

El proyecto común es una tarea de cierta complejidad en la cual ambas partes quieren y pueden colaborar. Podría ser una pasión compartida por alguna causa benéfica, o un sueño empresarial (con o sin fines de lucro), condiciones de retiro específicas, o un modelo detallado de familia. Ese tipo de diálogo podría darse con expresiones como “yo quiero que mi esposa sea así…”, “yo quiero criar a mis hijos de esta forma…”, “quisiera retirarme a esa edad y en ese lugar…”, “sueño con levantar una empresa”,  o “no creo en la estabilidad, quiero vivir viajando el mundo”.

¿Qué nos separó?

Al pasar de los meses y los años, cambiamos a medida que nos frustramos con los errores que cometemos y nos enaltecemos con el éxito que vamos teniendo. Mientras cambiamos, mucho de lo discutido en las conversaciones que se dieron mientras nos enamorábamos se puede olvidar. Ya cambiados, será difícil luchar por la fidelidad si perdemos de perspectiva el objeto a lo cual serle fiel.

Esta generación se distingue por estilos de vida ajetreados, la vida llena de actividades productivas. Entramos en contacto con gran variedad de oportunidades en poca cantidad de tiempo. Nos podemos abrumar y hasta impresionar con todo lo que podemos hacer. Para que las relaciones puedan mantenerse íntegras, habrá que adaptar las nuevas posibilidades al proyecto común que un día nos unió.

¿Por qué luchar?

Si perdemos de perspectiva la razón por la cual nos unimos, perdemos también el deseo de enamorarnos. Las relaciones se vuelven monótonas, haciendo el centro de las conversaciones cosas cotidianas como el trabajo y las actividades extracurriculares de los hijos. En vez, si hay un plan de vida compartido entre los miembros del matrimonio, el reto de conquista distintivo de la etapa del enamoramiento nunca muere. Siempre hay una razón para luchar, porque reconocemos que hay una meta grande que jamás podremos alcanzar uno sin el otro.

No debemos limitar el plan de vida del matrimonio a una meta a corto plazo, ni tan siquiera a largo plazo. El diseño del plan de vida comienza desde el final, desde el retiro. ¿Cómo nos queremos retirar? Específicamente: ¿Dónde viviremos? ¿Necesitaremos tener una propiedad salda? ¿Cuánto necesitamos tener ahorrado para estar seguros? ¿Qué le queremos dejar a nuestros hijos como herencia? Desde ese punto comienza la planificación, solicitando la información necesaria de las fuentes más especializadas como consultores financieros, etc.  De ahí parte la evaluación: Para poder lograr eso, ¿en qué momento debemos estar preparados para retirarnos? ¿En qué momento debemos estar preparados para los estudios de nuestros hijos? ¿En qué momento debemos estar listos para el viaje que queremos? ¿Qué se va a requerir de nosotros para poder ver a nuestra familia como la queremos?

Al hacer esta evaluación, encontraremos razones demás para luchar. Veremos que el proyecto común es uno grande, con duración de por vida.