Vimos un video de un gato enojado con un león de peluche. El gato parecía un boxeador que daba lo mejor de sí en cada golpe que infligía sobre el peluche. Cambiaba de pata para golpear a izquierda y derecha de la cara de su contrincante. Se detenía y arremetía con saña. Suponemos que una fuerza desconocida anteriormente para el gato determinaba sus movimientos. Podemos solo imaginar el problema, el peluche estaba invadiendo el espacio del dueño del lugar. El invasor permanecía inmóvil y esto enfurecía más el propietario quien desde su perspectiva había sido lo suficientemente claro en exponer su punto, pero no obtenía el resultado esperado. Parece gracioso y lo es. Parece ilógico y también lo es. Lo irónico es que así es como reaccionamos, nos desenvolvemos y aparecemos delante de los que nos ven accionar cuando estamos enojados.

Somos seres emocionales y accionamos de acuerdo a nuestro estado de ánimo. Aprendí hace un tiempo que el ánimo es un equilibrio del cerebro que se afecta o se turba cuando siente que su nivel óptimo será o pudiera ser impactado externamente, enviando desde el cerebro un caudal de hormonas que de rutina no están presentes en el sistema en esa cantidad. La reacción es un cambio de ánimo. Los cambios de ánimo no solo afectan internamente, sino que se manifiestan a lo largo y a lo ancho de todas las facetas de la vida.

 No todos los cambios de ánimo son negativos, algunos son necesarios para proteger la vida, la familia y los valores que nos rigen. Un ejemplo de esto es el temor, este resulta necesario para tomar medidas de protección contra animales, cambios en el tiempo o ante la amenaza de un violador, entre otros. De este tipo de emociones no nos encargamos hoy.

Hoy trataré de tocar el enojo como una emoción que trastoca personalidades, afectando vidas, familias, relaciones, sociedades y todo lo que apreciamos.

Las acciones y reacciones que provoca el enojo no opera de la misma manera en todos los seres humanos. Ropa tirada, un descuadre en la cuenta de banco, niños haciendo ruido, atasco de tránsito, incluso el ruido de una gotera desencadena una ola de pensamientos que se estacionan en el corazón, irritándolo.

Con cada minuto que pasa, esta irritación sube de tono hasta ser lo único en lo que se piensa. Comienzan estos pensamientos a perturbar la paz hasta que desaparece y el desespero entra a gobernar la mente. Cuando esto sucede todos sabemos que estamos perdidos en él.

El enojo se convierte en el señor de la vida. Demanda acción, aprietas los puños, frunces el entrecejo y solo alcanzas a pensar: me la paga.  

Estoy segura de que todos podemos identificarnos con este patrón de conducta, el problema está en permitirle al enojo reproducirse en nosotros, pues la consecuencia natural es la de procurar venganza. La guerra mental desencadena en un cáncer de amargura que alcanza a destruir la mejor y más prometedor de las vidas.

Conocemos infinidad de razones para vivir enojados. Pertenecer a una familia y no sentirse amado o apreciado, una infidelidad, un despido injustificado, una traición, una injusticia, son demasiadas razones para alcanzar a enumerarlas.

La pregunta que cabe es qué hacemos con esas injusticias sin resolver, qué hacemos con ese tiempo invertido en una persona, relación o empresa que nunca apreció tu presencia, trabajo ni esfuerzo. Son culpables de abandono, injusticia, falsedad, maldad y tantos otros cargos. Ahora, si pudiera deleitarme en la venganza, ¿cómo realizaría ese momento de justicia a la Yo?

Ante una oportunidad de esta naturaleza, ¿me vengo o resuelvo hacer que nunca ocurrió? Para muchos de nosotros, eso es imposible porque en cada oportunidad sacaremos a relucir el dolor.

El tiempo es corto en este artículo, así como lo es en la vida. Yo creo en un libro que abarca todos y cada uno de los aspectos de la vida, este no podía pasar desatendido. La solución a los conflictos también esta allí. Hebreos 10:30 ofrece luz. “Mia es la venganza”, dice Dios. Proverbios 20:22 dice “yo pagaré mal por mal; espera en el Señor y Él te salvará”. Esto que voy a decir suena y es muy fuerte pero también está en la Biblia, en el libro de Génesis, cap. 45 habla de un hombre llamado José quien vivió grandes ofensas y traiciones, nada menos que de sus hermanos.

Él resolvió su pena no albergando enojo y recordándole a esos hermanos que, aunque ellos trataron de asesinarlo, él sabía que no era Dios para procurar venganza, por el contrario, les pide que miren a su alrededor y vean cuanta bendición obró Dios a raíz de su maldad.

Recuerda siempre que hay un Dios en el cielo que cuida de sus hijos. Solamente debes estar seguro de que te encuentras en esa categoría de hijo y todo lo concerniente a tu vida estará seguro, incluida y especialmente la justa paga por nuestro sufrimiento.

Perdonar a alguien implica admitir que nosotros también hemos cometido errores y dañado personas. Implica poner en practica esas prácticas que deseamos que otros practiquen con nosotros. Otorgar perdón jamás implica darle la razón al implicado, es la suprema admisión que existe un Dios Poderoso que es Fiel y que su Justicia, además de engalanarlo, es parte de su nombre y personalidad.

Quiero terminar aclarando que la clave del perdón está en que podemos poner aparte los eventos del pasado que le restaban paz a la vida y que podemos en adelante enfocarnos en lo que nos falta por hacer para tener una vida plena, abundante y victoriosa. Abro la brecha para que actúes en beneficio de ti y de tu vida. Te toca hacer lo que solo a ti te corresponde. Espero escuchar testimonio de empoderamiento por causa de un perdón otorgado pronto.

Hasta la próxima.

Te bendigo en el nombre de Jesús,

Nydia Millán

Pastora Asociada- Centro Cristiano Alcanza, Coamo PR