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El dinero no es el propósito. Las vidas son el propósito.

Pedro tuvo miedo porque se puso a mirar el peligro alrededor, entonces se hundió. Muchos cristianos prósperos también se hunden espiritualmente por el miedo: miedo a perder sus casas, sus autos, su reputación. El miedo, entonces, los mantiene afanados. Los afanes, a su vez, nos hunden espiritualmente. Nos alejan de Dios. Nos alejan del propósito.

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