A todos nos gustan los finales felices, pero antes que llegue esa felicidad hay una historia que necesitamos conocer para alcanzar a valorar la felicidad que carga. “Caras vemos, corazones no conocemos”, es una frase que implica que detrás de cada rostro hay un corazón que puede estar llorando en ese momento, disimulando o uno que está secando aun lagrimas después de una gran batalla.

Dar a conocer personas de carne y hueso en los programas de televisión, en las pantallas de los cines o en libros, trae un aumento de audiencia y patrocinio, pero detrás de cada historia de éxito expuesta, la enseñanza que debe prevalecer es que rendirnos no debe ser nunca nuestra meta.

Imitar actores, cantantes o personajes históricos es peligroso y poco recomendable. Resaltar el yo y mis posesiones es lo que en la mayoría de los casos se nos pretende vender. Los medios de comunicación se caracterizan por el poco filtro eterno que representan.

En este tiempo de aislamiento social es fácil observar imágenes de personas cuyos rostros son reconocibles para muchos como ídolos del tiempo. Los presentan con poca ropa, viviendo una felicidad artificial, una vida que se vive como bien me parece y que triste es pensar que nuestros jóvenes y los más débiles se identifican con esta pantalla de felicidad y realización personal pero artificial.

La intención es traer a tu atención la necesidad de convertir nuestras vidas en unas dignas de ser imitadas. Ver nuestras situaciones como ocasiones para ocuparnos en resolver los asuntos antes de que crezcan y/o se conviertan en grandes problemas familiares, sociales o generacionales.

Los problemas de hoy tienen en su centro la capacidad de restarte paz, sueño, gozo, esperanza, salud y hasta la vida misma. Lo que los medios buscan es presentarte una máscara que jamás representará la vida real que tu vivirás.

En medio de tus conflictos, presión y crisis, busca el mejor modelo a seguir, ese es Jesús, quien antes de entrar en su mayor batalla, la cruz, pidió al Padre Celestial que, si no era posible dejar de vivir tan grande dolor, que hiciera Su Voluntad porque esta es buena, agradable y perfecta.

Vivir nuestra vida con entereza es la forma más difícil de vivirla, pero también la más digna, efectiva y provechosa; y llegará a ser lo que distinga tu vida y la de aquellos que cerca de ti han estado. La adversidad que enfrentamos hoy le resta vida a la de mañana y es una demostración de coraje y madurez.

Hay que reconocer que no contamos con todas las herramientas o respuestas, abre la puerta de la oportunidad para recibir aliento, dirección, oración, intercesión y la capacidad de decirle al mundo “yo enfrentaré esta enfermedad, pérdida, disolución, desilusión o rechazo en conexión con ese Dios que todo lo puede y todo lo sabe”.

No te apresures a rendirte en medio de tus situaciones, no tires la toalla antes de buscar esa fuente de bendición que de seguro te está esperando. Toca, pide y espera en Dios, busca la ayuda de aquellos que ya están en lugares estratégicos para ayudarte.

Espera y confía en que la ayuda, aliento, fuerzas, esperanza, fe y discernimiento para seguir luchando llegarán de lo alto.

Cuando por fin recibas tu respuesta, no olvides darle las gracias a Él, la gloria a Él, la honra a Él y vive para esperar ver cómo seguirás viendo Su respaldo, provisión, salud, bienestar, gozo, libertad, favor, gracia y tanto más que no existe espacio para nombrarlo.

Es tiempo ya de ser nosotros los que nos acercamos a esos espacios dentro de los medios de comunicación a dar testimonio de la grandeza de ese Dios, es tiempo ya que nuestro pueblo escuche de nuestra boca cómo se vive la vida abundante que sí vale la pena vivir, y es tiempo que el mundo escuche de esos resultados que, aunque nunca son previsibles, siempre son sorprendentes y mucho mejores que lo que pedimos o esperamos.

Esperando escuchar testimonios de la grandeza y bondad de nuestro Dios,

-Nydia Millán, Pastora Asociada- Centro Cristiano Alcanza

Coamo, Puerto Rico